viernes, 27 de junio de 2008

El sí de las niñas

"EL SÍ DE LAS NIÑAS" (1806)
de Leandro Fernández de Moratín (1760-1828)

Personajes: Don Diego, Don Carlos, Doña Irene, Doña Francisca, Rita, Simón, Calamocha.

Calamocha.

La escena es en una posada de Alcalá de Henares.
El teatro representa una sala de paso con cuatro puertas de habitaciones para huéspedes, numeradas todas. Una más grande en el foro, con escalera que conduce al piso bajo de la casa. Ventana de antepecho a un lado. Una mesa en medio, con banco, sillas, etc.
La acción empieza a las siete de la tarde y acaba a las cinco de la mañana siguiente.

ACTO I

ESCENA PRIMERA DON DIEGO, SIMÓN

(Sale don Diego de su cuarto, Simón, que está sentado en una silla, se levanta)


D. DIEGO ¿No han venido todavía?

SIMÓN No, señor.

D. DIEGO Despacio la han tomado por cierto.

SIMÓN Como su tía la quiere tanto, según parece, y no la ha visto desde que la llevaron a Guadalajara...

D. DIEGO Sí. Yo no digo que no la viese; pero con media hora de visita y cuatro lágrimas estaba concluido.

SIMÓN Ello también ha sido extraña determinación la de estarse usted dos días enteros sin salir de la posada. Cansa el leer, cansa el dormir... Y sobre todo, cansa la mugre del cuarto, las sillas desvencijadas, las estampas del hijo pródigo, el ruido de campanillas y cascabeles, y la conversación ronca de carromateros y patanes, que no permiten un instante de quietud.

D. DIEGO Ha sido conveniente el hacerlo así. Aquí me conocen todos, y no he querido que nadie me vea.

SIMÓN Yo no alcanzo la causa de tanto retiro. Pues ¿hay más en esto que haber acompañado usted a doña Irene hasta Guadalajara, para sacar del conventos a la niña y volvernos con ellas a Madrid?

D. DIEGO Sí, hombre; algo más hay de lo que has visto.

SIMÓN Adelante.

D. DIEGO Algo, algo... Ello tú al cabo lo has de saber, y no puede tardarse mucho... Mira, Simón, por Dios te encargo que no lo digas... Tú eres hombre de bien, y me has servido muchos años con fidelidad... Ya ves que hemos sacado a esa niña del convento y nos la llevamos a Madrid.

SIMÓN Sí, señor.

D. DIEGO Pues bien... Pero te vuelvo a encargar que a nadie lo descubras.

SIMÓN Bien está, señor. Jamás he gustado de chismes.

D. DIEGO Ya lo sé, por eso quiero fiarme de ti. Yo, la verdad, nunca había visto a tal doña Paquita; pero mediante la amistad con su madre, he tenido frecuentes noticias de ella; he leído muchas de las cartas que escribía; he visto algunas de su tía la monja, con quien ha vivido en Guadalajara; en suma, he tenido cuantos informes pudiera desear acerca de sus inclinaciones y su conducta. Ya he logrado verla; he procurado observarla en estos pocos días, y a decir verdad, cuantos elogios hicieron de ella me parecen escasos.

SIMÓN Sí, por cierto... Es muy linda y...

D. DIEGO Es muy linda, muy graciosa, muy humilde... Y sobre todo, ¡aquel candor, aquella inocencia! Vamos, es de lo que no se encuentra por ahí... Y talento... Sí señor, mucho talento... Conque, para acabar de informarte, lo que yo he pensado es...

SIMÓN No hay que decírmelo.

D. DIEGO ¿No? ¿Por qué?

SIMÓN Porque ya lo adivino. Y me parece excelente idea.

D. DIEGO ¿Qué dices?

SIMÓN Excelente.

D. DIEGO ¿Conque al instante has conocido?...

SIMÓN ¿Pues no es claro?... ¡Vaya!... Dígole a usted que me parece muy buena boda. Buena, buena.

D. DIEGO Sí, señor... Yo lo he mirado bien, y lo tengo por cosa muy acertada. Seguro que sí.

D. DIEGO Pero quiero absolutamente que no se sepa hasta que esté hecho.

SIMÓN Y en eso hace usted bien.

D. DIEGO Porque no todos ven las cosas de una manera, y no faltaría quien murmurase, y dijese que era una locura, y me...

SIMÓN ¿Locura? ¡Buena locura!... ¿Con una chica como ésa, eh?

D. DIEGO Pues ya ves tú. Ella es una pobre... Eso sí... Pero yo no he buscado dinero, que dineros tengo; he buscado modestia, recogimiento, virtud.

SIMÓN Eso es lo principal... Y, sobre todo, lo que usted tiene ¿para quién ha de ser?

D. DIEGO Dices bien... ¿Y sabes tú lo que es una mujer aprovechada, hacendosa, que sepa cuidar de la casa, economizar, estar en todo?... Siempre lidiando con amas, que si una es mala, otra es peor, regalonas, entremetidas, habladoras, llenas de histérico, viejas, feas como demonios... No señor, vida nueva. Tendré quien me asista con amor y fidelidad, y viviremos como unos santos... Y deja que hablen y murmuren y...

SIMÓN Pero siendo a gusto de entrambos, ¿qué pueden decir?

D. DIEGO No, yo ya sé lo que dirán; pero... Dirán que la boda es desigual, que no hay proporción en la edad, que...

SIMÓN Vamos, que no me parece tan notable la diferencia. Siete u ocho años a lo más...

D. DIEGO ¡Qué, hombre! ¿Qué hablas de siete u ocho años? Si ella ha cumplido dieciséis anos pocos meses ha.

SIMÓN Y bien, ¿qué?

D. DIEGO Y yo, aunque gracias a Dios esto y robusto y... Con todo eso, mis cincuenta y nueve años no hay quien me los quite.

SIMÓN Pero si yo no hablo de eso.

D. DIEGO Pues ¿de qué hablas?

SIMÓN Decía que... Vamos, o usted no acaba de explicarse, o yo lo entiendo al revés... En suma, esta Doña Paquita, ¿con quién se casa?

D. DIEGO ¿Ahora estamos ahí? Conmigo.

SIMÓN ¿Con usted?

D. DIEGO Conmigo.

SIMÓN ¡Medrados quedamos!

D. DIEGO ¿Qué dices?... Vamos, ¿qué?...

SIMÓN ¡Y pensaba yo haber adivinado!

D. DIEGO Pues ¿qué creías? ¿Para quién juzgaste que la destinaba yo?

SIMÓN Para D. Carlos, su sobrino de usted, mozo de talento, instruido, excelente soldado, amabilísimo por todas sus circunstancias... Para ese juzgué que se guardaba la tal niña.

D. DIEGO Pues no, señor.

SIMÓN Pues bien está.

D. DIEGO ¡Mire usted qué idea! ¡Con el otro la había de ir a casar!... No señor; que estudie sus matemáticas.

SIMÓN Ya las estudia; o, por mejor decir, ya las enseña.

D. DIEGO Que se haga hombre de valor y...

SIMÓN ¡Valor! ¿Todavía pide usted más valor a un oficial que en la última guerra, con muy pocos que se atrevieron a seguirle, tomó dos baterías, clavó los cañones, hizo algunos prisioneros, y volvió al campo lleno de heridas y cubierto de sangre?... Pues bien satisfecho quedó usted entonces del valor de su sobrino; y yo le vi a usted más de cuatro veces llorar de alegría cuando el rey le premió con el grado de teniente coronel y una cruz de Alcántara.

D. DIEGO Sí señor; todo es verdad; pero no viene a cuento. Yo soy el que me caso.

SIMÓN Si está usted bien seguro de que ella le quiere, si no le asusta la diferencia de la edad, si su elección es libre...

D. DIEGO Pues ¿no ha de serlo?... ¿Y qué sacarían con engañarme? Ya ves tú la religiosa de Guadalajara si es mujer de juicio; ésta de Alcalá, aunque no la conozco, sé que es una señora de excelentes prendas; mira tú si Doña Irene querrá el bien de su hija; pues todas ellas me han dado cuantas seguridades puedo apetecer... La criada, que la ha servido en Madrid y más de cuatro años en el convento, se hace lenguas de ella; y sobre todo me ha informado de que jamás observó en esta criatura la más remota inclinación a ninguno de los pocos hombres que ha podido ver en aquel encierro. Bordar, coser, leer libros devotos, oír misa y correr por la huerta detrás de las mariposas, y echar agua en los agujeros de las hormigas, éstas han sido su ocupación y sus diversiones... ¿Qué dices?

SIMÓN Yo nada, señor.

D. DIEGO Y no pienses tú que, a pesar de tantas seguridades, no aprovecho las ocasiones que se presentan para ir ganando su amistad y su confianza, y lograr que se explique conmigo en absoluta libertad... Bien que aún hay tiempo... Sólo que aquella Doña Irene siempre la interrumpe; todo se lo habla... Y es muy buena mujer, buena...

SIMÓN En fin, señor, yo desearé que salga como usted apetece.

D. DIEGO Sí; yo espero en Dios que no ha de salir mal. Aunque el novio no es muy de tu gusto... ¡Y qué fuera de tiempo me recomendabas al tal sobrinito! ¿Sabes tú lo enfadado que estoy con él?

SIMÓN Pues ¿qué ha hecho?

D. DIEGO Una de las suyas... Y hasta pocos días ha no lo he sabido. El año pasado, ya lo viste. estuvo dos meses en Madrid... Y me costó buen dinero la tal visita... En fin, es mi sobrino, bien dado está; pero voy al asunto. Llegó el caso de irse a Zaragoza su regimiento... Ya te acuerdas de que a muy pocos días de haber salido de Madrid recibí la noticia de su llegada.

SIMÓN Sí, señor.

D. DIEGO Y que siguió escribiéndome, aunque algo perezoso, siempre con la data de Zaragoza.

SIMÓN Así es la verdad.

D. DIEGO Pues el pícaro no estaba allí cuando me escribía las tales cartas.

SIMÓN ¿Qué dice usted?

D. DIEGO Sí señor. El día tres de julio salió de mi casa, y a fines de septiembre aún no había llegado a sus pabellones... ¿No te parece que para ir por la posta hizo muy buena diligencia?

SIMÓN Tal vez se pondría malo en el camino, y por no darle a usted pesadumbre...

D. DIEGO Nada de eso. Amores del señor oficial y devaneos que le traen loco... Por ahí en esas ciudades puede que... ¿Quién sabe? Si encuentra un par de ojos negros, ya es hombre perdido... ¡No permita Dios que me le engañe alguna bribona de estas que truecan el honor por el matrimonio!

SIMÓN ¡Oh!, no hay que temer... Y si tropieza con alguna fullera de amor, buenas cartas ha de tener para que le engañe.

D. DIEGO Me parece que están ahí... Sí. Busca al mayoral, y dile que venga, para quedar de acuerdo en la hora a que deberemos salir mañana.

SIMÓN Bien está.

D. DIEGO Ya te he dicho que no quiero que esto se trasluzca, ni... ¿Estamos?

SIMÓN No haya miedo que a nadie lo cuente.

(Simón se va por la puerta del foro. Salen por la misma las tres mujeres con mantillas y basquiñas. Rita deja un pañuelo atado sobre la mesa, y recoge las mantillas y las dobla.)

ESCENA II DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA, RITA, D. DIEGO

DOÑA FRANCISCA Ya estamos acá.

DOÑA IRENE ¡Ay! ¡qué escalera!

D. DIEGO Muy bien venidas, señoras.

DOÑA IRENE ¿Conque usted, a lo que parece, no ha salido? (Se sientan D. Irene y D. Diego.)

D. DIEGO No, señora. Luego, más tarde, daré una vueltecita por ahí... He leído un rato. Traté de dormir, pero en esta posada no se duerme.

DOÑA FRANCISCA Es verdad que no... ¡Y qué mosquitos! Mala peste en ellos. Anoche no me dejaron parar... Pero mire usted, mire usted (Desata el pañuelo y manifiesta algunas cosas de las que indica el diálogo) cuántas cosillas traigo. Rosarios de nácar, cruces de ciprés, la regla de S. Benito, una pililla de cristal... Mire usted qué bonita. Y dos corazones de talco...¡Qué sé yo cuánto viene aquí!... ¡Ay!, y una campanilla de barro bendito para los truenos... ¡Tantas cosas!

DOÑA IRENE Chucherías que la han dado las madres. Locas estaban con ella.

DOÑA FRANCISCA ¡Cómo me quieren todas! ¡Y mi tía, mi pobre tía lloraba tanto!... Es ya muy viejecita.

DOÑA IRENE Ha sentido mucho no conocer a usted.

DOÑA FRANCISCA Sí, es verdad. Decía: ¿por qué no ha venido aquel señor?

DOÑA IRENE El padre capellán y el rector de los Verdes nos han venido acompañando hasta la puerta.

DOÑA FRANCISCA Toma (vuelve a atar el pañuelo y se le da a Rita, la cual se va con él y con las mantillas al cuarto de D. Irene), guárdamelo todo allí, en la excusabaraja. Mira, llévalo así de las puntas... ¡Válgate Dios! ¡Eh! ¡Ya se ha roto la santa Gertrudis de alcorza!

RITA No importa; yo me la comeré.

ESCENA III DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA, D. DIEGO

DOÑA FRANCISCA ¿Nos vamos adentro, mamá, o nos quedamos aquí?

DOÑA IRENE Ahora, niña, que quiero descansar un rato.

D. DIEGO Hoy se ha dejado sentir el calor en forma.

DOÑA IRENE ¡Y qué fresco tienen aquel locutorio! Está hecho un cielo... (Siéntase Dª Francisca junto a su madre.) Mi hermana es la que sigue siempre bastante delicada. Ha padecido mucho este invierno... Pero, vaya, no sabía qué hacerse con su sobrina la buena señora. Está muy contenta de nuestra elección.

D. DIEGO Yo celebro que sea tan a gusto de aquellas personas a quienes debe usted particulares obligaciones.

DOÑA IRENE Sí, Trinidad está muy contenta; y en cuanto a Circuncisión ya lo ha visto usted. La ha costado mucho despegarse de ella; pero ha conocido que siendo para su bienestar, es necesario pasar por todo... Ya se acuerda usted de lo expresivo que estuvo, y…

D. DIEGO Es verdad. Sólo falta que la parte interesada tenga la misma satisfacción que manifiestan cuantos la quieren bien.

DOÑA IRENE Es hija obediente, y no se apartará jamás de lo que determine su madre.

D. DIEGO Todo eso es cierto; pero...

DOÑA IRENE Es de buena sangre, y ha de pensar bien, y ha de proceder con el honor que la corresponde.

D. DIEGO Sí, ya estoy; pero ¿no pudiera, sin faltar a su honor ni a su sangre...?

DOÑA FRANCISCA ¿Me, voy, mamá? (Se levanta y vuelve a sentarse.)

DOÑA IRENE No pudiera, no señor. Una niña bien educada, hija de buenos padres, no puede menos de conducirse en todas ocasiones como es conveniente y debido. Un vivo retrato es la chica, ahí donde usted la ve, de su abuela que Dios perdone, Doña Jerónima de Peralta... En casa tengo el cuadro, ya le habrá usted visto. Y le hicieron, según me contaba su merced para enviársele a su tío carnal el padre fray Serapión de S. Juan Crisóstomo, electo obispo de Mechoacán.

D. DIEGO Ya.

DOÑA IRENE Y murió en el mar el buen religioso, que fue un quebranto para toda la familia... Hoy es, y todavía estamos sintiendo su muerte; particularmente mi primo D. Cucufate, regidor perpetuo de Zamora no puede oír hablar de su Ilustrísima sin deshacerse en lágrimas.

DOÑA FRANCISCA Válgate Dios, qué moscas tan...

DOÑA IRENE Pues murió en olor de santidad.

D. DIEGO Eso bueno es.

DOÑA IRENE Sí señor; pero como la familia ha venido tan a menos... ¿Qué quiere usted? Donde no hay facultades... Bien que por lo que puede tronar, ya se le está escribiendo la vida; y ¿quién sabe que el día de mañana no se imprima, con el favor de Dios?

D. DIEGO Sí, pues ya se ve. Todo se imprime.

DOÑA IRENE Lo cierto es que el autor, que es sobrino de mi hermano político el canónigo de Castrojériz, no la deja de la mano; y a la hora de ésta lleva ya escritos nueve tomos en folio, que comprenden los nueve años primeros de la vida del santo obispo.

D. DIEGO ¿Conque para cada año un tomo?

DOÑA IRENE Sí, señor; ese plan se ha propuesto.

D. DIEGO ¿Y de qué edad murió el venerable?

DOÑA IRENE De ochenta y dos años, tres meses y catorce días.

DOÑA FRANCISCA ¿Me voy, mamá?

DOÑA IRENE Anda, vete. ¡Válgate Dios, qué prisa tienes!

DOÑA FRANCISCA ¿Quiere usted (se levanta, y después de hacer una graciosa cortesía a D. Diego, da un beso a Dª Irene, y se va al cuarto de ésta) que le haga una cortesía a la francesa, señor D. Diego?

D. DIEGO Sí, hija mía. A ver.

DOÑA FRANCISCA Mire usted, así.

D. DIEGO ¡Graciosa niña! ¡Viva la Paquita, viva!

DOÑA FRANCISCA Para usted una cortesía, y para mi mamá un beso.

ESCENA IV DOÑA IRENE, D. DIEGO

DOÑA IRENE Es muy gitana y muy mona, mucho.

D. DIEGO Tiene un donaire natural que arrebata.

DOÑA IRENE ¿Qué quiere usted? Criada sin artificio ni embelecos de mundo, contenta de verse otra vez al lado de su madre, y mucho más de considerar tan inmediata su colocación, no es maravilla que cuanto hace y dice sea una gracia, y máxime a los ojos de usted, que tanto se ha empeñado en favorecerla.

D. DIEGO Quisiera sólo que se explicase libremente acerca de nuestra proyectada unión, y...

DONA IRENE Oiría usted lo mismo que le he dicho ya.

D. DIEGO Sí, no lo dudo; pero el saber que la merezco alguna inclinación, oyéndoselo decir con aquella boquilla tan graciosa que tiene, sería para mí una satisfacción imponderable.

DOÑA IRENE No tenga usted sobre ese particular la más leve desconfianza; pero hágase usted cargo de que a una niña no la es lícito decir con ingenuidad lo que siente. Mal parecería, señor D. Diego, que una doncella de vergüenza y criada como Dios manda, se atreviese a decirle a un hombre: yo le quiero a usted.

D. DIEGO Bien; si fuese un hombre a quien hallara por casualidad en la calle y le espetara ese favor de buenas a primeras, cierto que la doncella haría muy mal; pero a un hombre con quien ha de casarse dentro de pocos días, ya pudiera decirle alguna cosa que... Además, que hay ciertos modos de explicarse...

DOÑA IRENE Conmigo usa de más franqueza. A cada instante hablamos de usted, y en todo manifiesta el particular cariño que a usted le tiene... ¡Con qué juicio hablaba ayer noche, después que usted se fue a recoger! No sé lo que hubiera dado porque hubiese podido oírla.

D. DIEGO ¿Y qué? ¿Hablaba de mí?

DOÑA IRENE Y qué bien piensa acerca de lo preferible que es para una criatura de sus años un marido de cierta edad, experimentado, maduro y de conducta...

D. DIEGO ¡Calle! ¿Eso decía?

DOÑA IRENE No; esto se lo decía yo, y me escuchaba con una atención como si fuera una mujer de cuarenta años, lo mismo...¡Buenas cosas la dije! Y ella, que tiene mucha penetración, aunque me esté mal el decirlo... ¿Pues no da lástima, señor, el ver cómo se hacen los matrimonios hoy en el día? Casan a una muchacha de quince años con un arrapiezo de dieciocho, a una de diecisiete con otro de veintidós: ella niña, sin juicio ni experiencia, y él niño también, sin asomo de cordura ni conocimiento de lo que es mundo. Pues, señor (que es lo que yo digo), ¿quién ha de gobernar la casa? ¿Quién ha de mandar a los criados? ¿Quién ha de enseñar y corregir a los hijos? Porque sucede también que estos atolondrados de chicos suelen plagarse de criaturas en un instante, que da compasión.

D. DIEGO Cierto que es un dolor el ver rodeados de hijos a muchos que carecen del talento, de la experiencia y de la virtud que son necesarias para dirigir su educación.

DOÑA IRENE Lo que sé decirle a usted es que aún no había cumplido los diecinueve cuando me casé de primeras nupcias con mi difunto D. Epifanio, que esté en el cielo. Y era un hombre que, mejorando lo presente, no es posible hallarle de más respeto, más caballeroso... Y al mismo tiempo más divertido y decidor. Pues, para servir a usted, ya tenía los cincuenta y seis, muy largos de talle, cuando se casó conmigo.

D. DIEGO Buena edad... No era un niño; pero...

DOÑA IRENE Pues a eso voy... Ni a mí podía convenirme en aquel entonces un boquirrubio con los cascos a la jineta... No señor... Y no es decir tampoco que estuviese achacoso ni quebrantado de salud, nada de eso. Sanito estaba, gracias a Dios, como una manzana; ni en su vida conoció otro mal, sino una especie de alferecía que le amagaba de cuando en cuando. Pero luego que nos casamos, dio en darle tan a menudo y tan de recio, que a los siete meses me hallé viuda y encinta de una criatura que nació después, y al cabo y al fin se me murió de alfombrilla.

D. DIEGO ¡Oiga!... Mire usted si dejó sucesión el bueno de Don Epifanio.

DOÑA IRENE Sí señor; ¿pues por qué no?

D. DIEGO Lo digo porque luego saltan con... Bien que si uno hubiera de hacer caso... ¿Y fue niño, o niña?

DOÑA IRENE Un niño muy hermoso. Como una plata era el angelito.

D. DIEGO Cierto que es consuelo tener, así, una criatura y...

DOÑA IRENE ¡Ay, señor! Dan malos ratos, pero ¿qué importa? Es mucho gusto, mucho.

D. DIEGO Yo lo creo.

DOÑA IRENE Sí señor.

D. DIEGO Ya se ve que será una delicia y...

DOÑA IRENE ¿Pues no ha de ser?

D. DIEGO ... un embeleso el verlos juguetear y reír, y acariciarlos, y merecer sus fiestecillas inocentes.

DOÑA IRENE ¡Hijos de mi vida! Veintidós he tenido en los tres matrimonios que llevo hasta ahora, de los cuales sólo esta niña me ha venido a quedar; pero le aseguro a usted que…

ESCENA V SIMÓN, DOÑA IRENE, D. DIEGO

SIMÓN (Sal por la puerta del foro.) Se flor, el mayoral está esperando.

D. DIEGO Dile que voy allá... ¡Ah! Tráeme primero el sombrero y el bastón, que quisiera dar una vuelta por el campo. (Entra Simón al cuarto de D. Diego, saca un sombrero y un bastón, se los da a su amo, y al fin de la escena se va con él por la puerta del foro.) Con que ¿supongo que mañana tempranito saldremos?

DOÑA IRENE No hay dificultad. A la hora que a usted le parezca.

D. DIEGO A eso de las seis. ¿Eh?

DOÑA IRENE Muy bien.

D. DIEGO El sol nos da de espaldas... Le diré que venga una media hora antes.

DOÑA IRENE Sí, que hay mil chismes que acomodar.

ESCENA VI DOÑA IRENE, RITA

DOÑA IRENE ¡Válgame Dios! Ahora que me acuerdo...¡Rita!... Me le habrán dejado morir. ¡Rita!

RITA Señora. (Saca debajo del brazo almohadas y sábanas.)

DOÑA IRENE ¿Qué has hecho del tordo? ¿Le diste de comer?

RITA Sí, señora. Más ha comido que un avestruz. Ahí le puse en la ventana del pasillo,

DOÑA IRENE ¿Hiciste las camas?

RITA La de usted ya está. Voy a hacer esotras antes que anochezca, porque si no, como no hay más alumbrado que el del candil y no tiene garabato, me veo perdida.

DOÑA IRENE Y aquella chica, ¿qué hace?

RITA Está desmenuzando un bizcocho para dar de cenar a D. Periquito.

DOÑA IRENE ¡Qué pereza tengo de escribir! (Se levanta y se entra en su cuarto.) Pero es preciso, que estará con mucho cuidado la pobre Circuncisión.

RITA ¡Qué chapucerías! No ha dos horas, como quien dice, que salimos de allá, y ya empiezan a ir y venir correos. ¡Qué poco me gustan a mí las mujeres gazmoñas y zalameras! (Éntrase en el cuarto de Dª Francisca.)

ESCENA VII

CALAMOCHA (Sale por la puerta del foro con unas maletas, botas y látigos. Lo deja todo sobre la mesa y se sienta.) Conque ha de ser el número tres? Vaya en gracia... Ya, ya conozco el tal número tres. Colección de bichos más abundante no la tiene el Gabinete de Historia Natural... Miedo me da de entrar... ¡Ay!, ¡ay!... ¡Y qué agujetas! Estas sí que son agujetas... Paciencia, pobre Calamocha; paciencia... Y gracias a que los caballitos dijeron: no podemos más; que si no, por esta vez no veía yo el número tres, ni las plagas de Faraón que tiene dentro... En fin, como los animales amanezcan vivos, no será poco... Reventados están... (Canta Rita desde adentro. Calamocha se levanta desperezándose.) ¡Oiga!... ¿Seguidillitas?... Y no canta mal... Vaya, aventura tenemos... ¡Ay, qué desvencijado estoy!

ESCENA VIII RITA, CALAMOCHA

RITA Mejor es cerrar, no sea que nos alivien de ropa, y... (Forcejeando para echar la llave.) Pues cierto que está bien acondicionada la llave.

CALAMOCHA ¿Gusta usted de que eche una mano, mi vida?

RITA Gracias, mi alma.

CALAMOCHA ¡Calle!...¡Rita!

RITA Calamocha!

CALAMOCHA ¿Qué hallazgo es éste?

RITA ¿Y tu amo?

CALAMOCHA Los dos acabamos de llegar.

RITA ¿De veras?

CALAMOCHA No, que es chanza. Apenas recibió la carta de Doña Paquita, yo no sé adónde fue, ni con quién habló, ni cómo lo dispuso; sólo sé decirte que aquella tarde salimos de Zaragoza. Hemos venido como dos centellas por ese camino. Llegamos esta mañana a Guadalajara, y a las primeras diligencias nos hallamos con que los pájaros volaron ya. A caballo otra vez, y vuelta a correr y a sudar y a dar chasquidos... En suma, molidos los rocines, y nosotros a medio moler, hemos parado aquí con ánimo de salir mañana... Mi teniente se ha ido al Colegio Mayor a ver a un amigo, mientras se dispone algo que cenar... Esta es la historia.

RITA ¿Conque le tenemos aquí?

CALAMOCHA Y enamorado más que nunca, celoso, amenazando vidas... Aventurado a quitar el hipo a cuantos le disputen la posesión de su Currita idolatrada.

RITA ¿Qué dices?

CALAMOCHA Ni más ni menos.

RITA ¡Qué gusto que das!... Ahora sí se conoce que la tiene amor.

CALAMOCHA ¿Amor?...¡Friolera!... El moro Gazul fue para con él un pelele, Medoro un zascandil y Gaiferos un chiquillo de la doctrina.

RITA ¡Ay!, ¡cuando la señorita lo sepa!

CALAMOCHA Pero acabemos. ¿Cómo te hallo aquí? ¿Con quién estás? ¿Cuándo llegaste? Que...

RITA Yo te lo diré. La madre de Doña Paquita dio en escribir cartas y más cartas, diciendo que tenía concertado su casamiento en Madrid con un caballero rico, honrado, bien quisto, en suma cabal y perfecto, que no había más que apetecer. Acosada la señorita con tales propuestas, y angustiada incesantemente con los sermones de aquella bendita monja, se vio en la necesidad de responder que estaba pronta a todo lo que la mandasen... Pero no te puedo ponderar cuánto lloró la pobrecita, qué afligida estuvo. Ni quería comer, ni podía dormir... Y al mismo tiempo era preciso disimular, para que su tía no sospechara la verdad del caso. Ello es que cuando, pasado el primer susto, hubo lugar de discurrir escapatorias y arbitrios, no hallamos otro que el de avisar a tu amo, esperando que si era su cariño tan verdadero y de buena ley como nos había ponderado, no consentiría que su pobre Paquita pasara a manos de un desconocido, y se perdiesen para siempre tantas caricias, tantas lágrimas y tantos suspiros estrellados en las tapias del corral. A pocos días de haberle escrito, cata el coche de colleras y el mayoral Gasparet con sus medias azules, y la madre y el novio que vienen por ella; recogimos a toda prisa nuestros meriñaques, se atan los cofres, nos despedimos de aquellas buenas mujeres, y en dos latigazos llegamos antes de ayer a Alcalá. La detención ha sido para que la señorita visite a otra tía monja que tiene aquí, tan arrugada y tan sorda como la que dejamos allá. Ya la ha visto, ya la han besado bastante una por una todas las religiosas, , y creo que mañana temprano saldremos. Por esta casualidad nos...

CALAMOCHA Sí. No digas más... Pero... ¿Conque el novio está en la posada?

RITA Ése es su cuarto (señalando el cuarto de, D. Diego, el de Dª Irene y el de Dª Francisca.) éste el de la madre y aquél el nuestro.

CALAMOCHA ¿Cómo nuestro? ¿Tuyo y Mío?

RITA No, por cierto. Aquí dormiremos esta noche la señorita y yo; porque ayer, metidas las tres en ese de enfrente, ni cabíamos de pie, ni pudimos dormir un instante, ni respirar siquiera.

CALAMOCHA Bien. Adiós. (Recoge los trastos que puso sobre la mesa en ademán de irse.)

RITA Y ¿adónde?

CALAMOCHA Yo me entiendo... Pero, el novio, ¿trae consigo criados, amigos o deudos que le quiten la primera zambullida que le amenaza?

RITA Un criado viene con él.

CALAMOCHA ¡Poca cosa!... Mira, dile en caridad que se disponga, porque está de peligro. Adiós.

RITA ¿Y volverás presto?

CALAMOCHA Se supone. Estas cosas piden diligencia, y aunque apenas puedo moverme, es necesario que mi teniente deje la visita y venga a cuidar de su hacienda, disponer el entierro de ese hombre, y... ¿Conque ése es nuestro cuarto, eh?

RITA Sí. De la señorita y mío.

CALAMOCHA ¡Bribona!

RITA Botarate. Adiós.

CALAMOCHA Adiós, aborrecida. (Éntrase con los trastos en el cuarto de D. Carlos)

ESCENA IX DOÑA FRANCISCA, RITA

RITA ¡Qué malo es!... Pero... ¡Válgame Dios! ¡D. Félix aquí!... Sí, la quiere, bien se conoce... (Sale Calamocha del cuarto de D. Carlos, y se va por la puerta del foro.) ¡Oh! por más que digan, los hay muy finos; y entonces, ¿qué ha de hacer una?... Quererlos; no tiene remedio, quererlos... Pero ¿qué dirá la señorita cuando le vea, que está ciega por él? ¡Pobrecita! ¿Pues no sería una lástima que...? Ella es. (Sale Dª Francisca)

DOÑA FRANCISCA ¡Ay, Rita!

RITA ¿Qué es eso? ¿Ha llorado usted?

DOÑA FRANCISCA ¿Pues no he de llorar? Si vieras mi madre... Empeñada está en que he de querer mucho a ese hombre... Si ella supiera lo que sabes tú, no me mandaría cosas imposibles... Y que es tan bueno, y que es rico, y que me irá tan bien con él... Se ha enfadado tanto, y me ha llamado picarona, inobediente... ¡Pobre de mí! Porque no miento ni sé fingir, por eso me llaman picarona.

RITA Señorita, por Dios, no se aflija usted.

DOÑA FRANCISCA Ya, como tú no lo has oído... Y dice que D. Diego se queja de que yo no le digo nada... Harto le digo, y bien he procurado hasta ahora mostrarme contenta delante de él, que no lo estoy por cierto, y reírme y hablar niñerías... Y todo por dar gusto a mi madre, que si no... Pero bien sabe la Virgen que no me sale del corazón. (Se va obscureciendo lentamente el teatro)

RITA Vaya, vamos, que no hay motivo todavía para tanta angustia... ¿Quién sabe?... ¿No se acuerda usted ya de aquel día de asueto que tuvimos el año pasado en la casa de campo del intendente?

DOÑA FRANCISCA ¡Ay! ¿Cómo puedo olvidarlo?... Pero ¿qué me vas a contar?

RITA Quiero decir que aquel caballero que vimos allí con aquella cruz verde, tan galán, tan fino...

DOÑA FRANCISCA ¡Qué rodeos!... Don Félix. ¿Y qué?

RITA Que nos fue acompañando hasta la ciudad...

DOÑA FRANCISCA Y bien... Y luego volvió, y le vi, por mi desgracia, muchas veces... Mal aconsejada de ti.

RITA ¿Por qué, señora?... ¿A quién dimos escándalo? Hasta ahora nadie lo ha sospechado en el convento. Él no entró jamás por las puertas, y cuando de noche hablaba con usted, mediaba entre los dos una distancia tan grande, que usted la maldijo no pocas veces... Pero esto no es el caso. Lo que voy a decir es que un amante como aquél no es posible que se olvide tan presto de su querida Paquita... Mire usted que todo cuanto hemos leído a hurtadillas en las novelas, no equivale a lo que hemos visto en él... ¿ Se acuerda usted de aquellas tres palmadas que se oían entre once y doce de la noche, de aquella sonora punteada con tanta delicadeza y expresión?

DOÑA FRANCISCA ¡Ay, Rita! Sí, de todo me acuerdo, y mientras viva conservaré la memoria... Pero está ausente... y entretenido acaso con nuevos amores.

RITA Eso no lo puedo yo creer.

DOÑA FRANCISCA Es hombre, al fin, y todos ellos...

RITA ¡Qué bobería! Desengáñese usted, señorita. Con los hombres y las mujeres sucede lo mismo que con los melones de Añover. Hay de todo; la dificultad está en saber escogerlos. El que se lleve chasco en la elección, quéjese de su mala suerte, pero no desacredite la mercancía... Hay hombres muy embusteros, muy picarones; pero no es creíble que lo sea el que ha dado pruebas tan repetidas de perseverancia y amor. Tres meses duró el terrero y la conversación a obscuras, y en todo aquel tiempo, bien sabe usted que no vimos en él una acción descompuesta, ni oímos de su boca una palabra indecente ni atrevida.

DOÑA FRANCISCA Es verdad. Por eso le quise tanto, por eso le tengo tan fijo aquí..., aquí... (Señalando el pecho.) ¿Qué habrá dicho al ver la carta?...¡Oh! Yo bien sé lo que habrá dicho... : ¡Válgate Dios! ¡Es lástima! Cierto. ¡Pobre Paquita!... Y se acabó... No habrá dicho más... Nada más.

RITA No, señora; no ha dicho eso.

DOÑA FRANCISCA ¿Qué sabes tú?

RITA Bien lo sé. Apenas haya leído la carta se habrá puesto en camino, y vendrá volando a consolar a su amiga... Pero... (Acercándose a la puerta del cuarto de D. Irene.)

DOÑA FRANCISCA ¿Adónde vas?

RITA Quiero ver si...

DOÑA FRANCISCA Está escribiendo.

RITA Pues ya presto habrá de dejarlo, que empieza a anochecer... Señorita, lo que la he dicho a usted es la verdad pura. Don Félix está ya en Alcalá.

DOÑA FRANCISCA ¿Qué dices? No me engañes.

RITA Aquél es su cuarto... Calamocha acaba de hablar conmigo.

DOÑA FRANCISCA ¿De veras?

RITA Sí, señora... Y le ha ido a buscar para...

DOÑA FRANCISCA ¿Conque me quiere?...¡Ay, Rita! Mira tú si hicimos bien de avisarle... Pero ¿ves qué fineza?... ¿ Si vendrá bueno? ¡Correr tantas leguas sólo por verme.... porque yo se lo mando!... ¡Qué agradecida le debo estar!...¡Oh!, yo le prometo que no se quejará de mí. Para siempre agradecimiento y amor.

RITA Voy a traer luces. Procuraré detenerme por allá abajo hasta que vuelvan... Veré lo que dice y qué piensa hacer, porque hallándonos todos aquí, pudiera haber una de Satanás ene la madre, la hija, el novio y el amante; y si no ensayamos bien esta contradanza, nos hemos de perder en ella.

DOÑA FRANCISCA Dices bien... Pero no; tiene resolución y talento, y sabrá determinar lo más conveniente... Y ¿cómo has de avisarme?... Mira que así que llegue le quiero ver.

RITA No hay que dar. cuidado. Yo le traeré por acá, y en dándome aquella tosecilla seca... ¿Me entiende usted?

DOÑA FRANCISCA Sí, bien.

RITA Pues entonces no hay más que salir con cualquiera excusa. Yo me quedaré con la señora mayor; la hablaré de todos sus maridos y de sus concuñados, y de] obispo que murió en el mar... Además, que si está allí D. Diego...

DOÑA FRANCISCA Bien, anda; y así que llegue...

RITA Al instante.

DOÑA FRANCISCA Que no se te olvide toser.

RITA No haya miedo.

DOÑA FRANCISCA ¡Si vieras qué consolada estoy!

RITA Sin que usted lo jure lo creo.

DOÑA FRANCISCA ¿Te acuerdas, cuando me decía que era imposible apartarme de su memoria, que no habría peligros que le detuvieran, ni dificultades que no atropellara por mí?

RITA Sí, bien me acuerdo.

DOÑA FRANCISCA Ah!... Pues mira cómo me dijo la verdad. (Doña Francisca se va al cuarto de doña Irene; Rita, por la puerta del foro)

ACTO II

ESCENA PRIMERA

DOÑA FRANCISCA Nadie parece aún... (Teatro obscuro. D. Francisca se acerca a la puerta del foro y vuelve.) ¡Qué impaciencia tengo!... Y dice mi madre que soy una simple, que sólo pienso en jugar y reír, y que no sé lo que es amor... Sí, diecisiete años y no cumplidos; pero ya sé lo que es querer bien, y la inquietud y las lágrimas que cuesta.

ESCENA II DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA

DOÑA IRENE Sola y a obscuras me habéis dejado allí.

DOÑA FRANCISCA Como estaba usted acabando su carta, mamá, por no estorbarla me he venido aquí, que está mucho más fresco.

DOÑA IRENE Pero aquella muchacha, ¿qué hace que no trae una luz? Para cualquiera cosa se está un año... Y yo que tenlo un genio como una pólvora. (Siéntase.) Sea todo por Dios... ¿Y D. Diego? ¿No ha venido?

DOÑA FRANCISCA Me parece que no.

DOÑA IRENE Pues cuenta, niña, con lo que te he dicho ya. Y mira que no gusto de repetir una cosa dos veces. Este caballero está sentido, y con muchísima razón.

DOÑA FRANCISCA Bien; sí, señora; ya lo sé. No me riña usted más.

DOÑA IRENE No es esto reñirte, hija mía; esto es aconsejarte. Porque como tú no tienes conocimiento para considerar el bien que se nos ha entrado por las puertas... Y lo atrasada que me coge, que yo no sé lo que hubiera sido de tu pobre madre... Siempre cayendo y levantando... Médicos, botica... Que se dejaba pedir aquel caribe de D. Bruno (Dios le haya coronado de gloria) los veinte y los treinta reales por cada papelillo de píldoras de coloquíntida y asafétida... Mira que un casamiento como el que vas a hacer, muy pocas le consiguen. Bien que a las oración de tus tías, que son unas bienaventuradas, debernos agradecer esta fortuna, y no a tus méritos ni a mi diligencia... ¿Qué dices?

DOÑA FRANCISCA Yo, nada, mamá.

DOÑA IRENE Pues nunca dices nada, ¡Válgame Dios, señor!... En hablándote de esto no te ocurre nada que decir.

ESCENA III RITA, DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA

(Sale RITA por la puerta del foro con luces y las pone encima de la mesa)

DOÑA IRENE Vaya, mujer, yo pensé que en toda la noche no venías.

RITA Señora, he tardado porque han tenido que ir a comprar las velas. Como el tufo del velón la hace a usted tanto daño.

DOÑA IRENE Seguro que me hace muchísimo mal, con esta jaqueca que padezco... Los parches de alcanfor al cabo tuve que quitármelos; si no me sirvieron de nada. Con las obleas, me parece que me va mejor... Mira, deja una luz ahí, y llévate la otra a mi cuarto, y corre la cortina, no se me llene todo de mosquitos.

RITA Muy bien. (Toma una luz y hace que se va.)

DOÑA FRANCISCA (Aparte, a Rita) ¿No ha venido?

RITA Vendrá

DOÑA IRENE Oyes, aquella carta que está sobre la mesa, dásela al mozo de la posada para que la lleve al instante al correo... (Vase Rita al cuarto de Dª Irene.) Y tú, niña, ¿qué has de cenar? Porque será menester recogernos presto para salir mañana de madrugada.

DOÑA FRANCISCA Como las monjas me hicieron merendar...

DOÑA IRENE Con todo eso... Siquiera unas sopas del puchero para el abrigo del estómago... (Sale Rita con una carta en la mano, y hasta el fin de la escena hace que se va y vuelve, según lo indica el diálogo.) Mira, has de calentar el caldo que apartamos al medio día, y haznos un par de tazas de sopas, y tráetelas luego que estén.

RITA ¿Y nada más?

DOÑA IRENE No, nada más... ¡Ah!, y házmelas bien caldositas.

RITA Sí, ya lo sé.

DOÑA IRENE RITA.

RITA (Aparte) Otra. ¿Qué manda usted?

DOÑA IRENE Encarga mucho al mozo que lleve la carta al instante... Pero no señor; mejor es... No quiero que la lleve él, que son unos borrachones, que no se les puede... Has de decir a Simón que digo yo que me haga el gusto de echarla en el correo. ¿Lo entiendes?

RITA Sí, señora.

DOÑA IRENE ¡Ah, mira.

RITA (Aparte) Otra.

DOÑA IRENE Bien que ahora no corre prisa... Es menester que luego me saques de ahí al tordo y colgarle por aquí, de modo que no se caiga y se me lastime... (Vase Rita por la puerta del foro.) ¡Qué noche tan mala me dio!...¡Pues no se estuvo el animal toda la noche de Dios rezando el Gloria Patri y la oración del Santo Sudario!... Ello, por otra parte, edificaba, cierto. Pero cuando se trata de dormir...

ESCENA IV DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA

DOÑA IRENE Pues mucho será que D. DIEGO no haya tenido algún encuentro por ahí, y eso le detenga. Cierto que es un señor muy mirado, muy puntual... ¡Tan buen cristiano! ¡Tan atento! ¡Tan bien hablado! ¡Y con qué garbo y generosidad se porta!... Ya se ve, un sujeto de bienes y de posibles...¡Y qué casa tiene! Como un ascua de oro la tiene... Es mucho aquello. ¡Qué ropa blanca! ¡Qué batería de cocina! ¡Y qué despensa llena de cuanto Dios crió!... Pero tú no parece que atiendes a lo que estoy diciendo.

DOÑA FRANCISCA Sí, señora, bien lo oigo; pero no la quería interrumpir a usted.

DOÑA IRENE Allí estarás, hija mía, como el pez en el agua; pajaritas del aire que apetecieras las tendrías, porque como él te quiere tanto, y es un caballero tan de bien y tan temeroso de Dios... Pero mira, Francisquita, que me cansa de veras el que siempre que te hablo de esto hayas dado en la flor de no responderme palabra... ¡Pues no es cosa particular, señor!

DOÑA FRANCISCA Mamá, no se enfade usted.

DOÑA IRENE No es buen empeño de... ¿Y te parece a ti que no sé yo muy bien de dónde viene todo eso?... ¿No ves que conozco las locuras que se te han metido en esa cabeza de chorlito?... ¡Perdóneme Dios!

DOÑA FRANCISCA Pero... Pues ¿qué sabe usted?

DOÑA IRENE ¿Me quieres engañar a mí, eh? ¡Ay, hija! He vivido mucho, y tengo yo mucha trastienda y mucha penetración para que tú me engañes.

DOÑA FRANCISCA (Aparte) ¡Perdida soy!

DOÑA IRENE Sin contar con su madre... Como si tal madre no tuviera... Yo te aseguro que aunque no hubiera sido con esta ocasión, de todos modos era ya necesario sacarte del convento. Aunque hubiera tenido que ir a pie y sola por ese camino, te hubiera sacado de allí...¡Mire ,usted qué juicio de niña éste! Que porque ha vivido un poco de tiempo entre monjas,. ya se la puso en la cabeza el ser ella monja también... Ni qué entiende ella de eso, ni qué... En todos los estados se sirve a Dios, Frasquita; pero el complacer a su madre, asistirla, acompañarla y ser el consuelo de sus trabajos, ésa es la primera obligación de una hija obediente... Y sépalo usted, si no lo sabe.

DOÑA FRANCISCA Es verdad, mamá... Pero yo nunca he pensado abandonarla usted.

DOÑA IRENE Sí, que no sé yo...

DOÑA FRANCISCA No, señora. Créame usted. La Paquita nunca se apartará de su madre,

ni la dará disgustos.

DOÑA IRENE Mira si es cierto lo que dices.

DOÑA FRANCISCA Sí, señora; que yo no sé mentir.

DOÑA IRENE Pues, hija, ya sabes lo que te he dicho. Ya ves lo que pierdes, y la pesadumbre que me darás si no te portas en todo como corresponde... Cuidado con ello.

DOÑA FRANCISCA (Aparte) ¡Pobre de mí!

ESCENA V D. DIEGO, DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA

(Sale D. DIEGO por la puerta del foro y deja sobre la mesa sombrero y bastón)

DOÑA IRENE Pues ¿cómo tan tarde?

D. DIEGO Apenas salí tropecé con el rector de Málaga y el doctor Padilla, y hasta que me han hartado bien de chocolate y bollos no me han querido soltar... (Siéntase junto a Doña Irene.) Y a todo esto, ¿cómo va?

DOÑA IRENE Muy bien.

D. DIEGO ¿Y Doña Paquita?

DOÑA IRENE Doña Paquita siempre acordándose de sus monjas. Ya la digo que es tiempo de mudar de bisiesto, y pensar sólo en dar gusto a su madre y obedecerla.

D. DIEGO ¡Qué diantre! ¿Conque tanto se acuerda de... ?

DOÑA IRENE ¿Qué se admira usted? Son niñas... No saben lo que quieren, ni lo que aborrecen... En una edad, así, tan...

D. DIEGO No; poco a poco; eso no. Precisamente en esa edad son las pasiones algo más enérgicas y decisivas que en la nuestra, y por cuanto la razón se halla todavía imperfecta y débil, los ímpetus del corazón son mucho más violentos... (Asiendo de una mano a Doña Francisca, la hace sentar inmediata a él.) Pero de veras, Doña Paquita, ¿se volvería usted al convento de buena gana?... La verdad.

DOÑA IRENE Pero si ella no...

D. DIEGO Déjela usted, señora; que ella responderá.

DOÑA FRANCISCA Bien sabe usted lo que acabo de decirla... No permita Dios que yo la dé que sentir.

D. DIEGO Pero eso lo dice usted tan afligida y...

DOÑA IRENE Si es natural, señor. ¿No ve usted que... ?

D. DIEGO Calle usted, por Dios, Doña Irene, y no me diga usted a mí lo que es natural. Lo que es natural es que la chica esté llena de miedo, y no se atreva a decir una palabra que se oponga a lo que su madre quiere que diga... Pero si esto hubiese, por vida mía que estábamos lucidos.

DOÑA FRANCISCA No, señor; lo que dice su merced, eso digo yo; lo mismo. Porque en todo lo que me mande la obedeceré.

D. DIEGO ¡Mandar, hija mía!... En estas materias tan delicadas los padres que tienen juicio no mandan. Insinúan, proponen, aconsejan; eso sí, todo eso sí; ¡pero mandar!... ¿Y quién ha de evitar después las resultas funestas de lo que mandaron?... Pues ¿cuántas veces vemos matrimonios infelices, uniones monstruosas, verificadas solamente porque un padre tonto se metió a mandar lo que no debiera?... ¡Eh! No, señor; eso no va bien... Mire usted, Doña Paquita, yo no soy de aquellos hombres que se disimulan los defectos. Yo sé que ni mi figura ni mi edad son para enamorar perdidamente a nadie; pero tampoco he creído imposible que una muchacha de juicio y bien criada llegase a quererme con aquel amor tranquilo y constante que tanto se parece a la amistad, y es el único que puede hacer los matrimonios felices. Para conseguirlo no he ido a buscar ninguna hija de familia de estas que viven en una decente libertad... Decente, que yo no culpo lo que no se opone al ejercicio de la virtud. Pero ¿cuál sería entre todas ellas la que no estuviese ya prevenida en favor de otro amante más apetecible que yo? Y en Madrid, figúrese usted en un Madrid... Lleno de estas ideas me pareció que tal vez hallaría en usted todo cuanto deseaba.

DOÑA IRENE Y puede usted creer, señor D. Diego, que...

D. DIEGO Voy a acabar, señora; déjeme usted acabar. Yo me hago cargo, querida Paquita, de lo que habrán influido en una niña tan bien inclinada como usted las santas costumbres que ha visto practicar en aquel inocente asilo de la devoción y la virtud; pero si a pesar de todo esto la imaginación acalorada, las circunstancias imprevistas, la hubiesen hecho elegir sujeto más digno, sepa usted que yo no quiero nada con violencia. Yo soy ingenuo; mi corazón y mi lengua no se contradicen jamás. Esto mismo la pido a usted, Paquita: sinceridad, el cariño que a usted la tengo no la debe hacer infeliz... Su madre de usted no es capaz de querer una injusticia, y sabe muy bien que a nadie se le hace dichoso por fuerza. Si usted no halla en mí prendas que la inclinen, si siente algún otro cuidadillo en su corazón, créame usted, la menor disimulación en esto nos daría a todos muchísimo que sentir.

DOÑA IRENE ¿Puedo hablar ya, señor?

D. DIEGO Ella, ella debe hablar, y sin apuntador y sin intérprete.

DOÑA IRENE Cuando, yo se lo mande.

D. DIEGO Pues ya puede usted mandárselo, porque a ella la toca responder... Con ella he de casarme, con usted no.

DOÑA IRENE Yo creo, señor D. Diego, que ni con ella ni conmigo. ¿En qué concepto nos tiene usted?... Bien dice su padrino, y bien claro me lo escribió pocos días ha, cuando le di parte de este casamiento. Que aunque no la ha vuelto a ver desde que la tuvo en la pila, la quiere muchísimo; y a cuantos pasan por el Burgo de Osma les pregunta cómo está, y continuamente nos envía memorias con el ordinario.

D. DIEGO Y bien, señora, ¿qué escribió el padrino?... , por mejor decir, ¿qué tiene que ver nada de eso con lo que estamos hablando?

DOÑA IRENE Sí señor que tiene que ver; sí señor. Y aunque yo lo diga, le aseguro a usted que ni un padre de Atocha hubiera puesto una carta mejor que la que él me envió sobre el matrimonio de la niña... Y no es ningún catedrático, ni bachiller, ni nada de eso, sino un cualquiera, como quien dice, un hombre de capa y espada, con un empleillo infeliz en el ramo del viento, que apenas le da para comer... Pero es muy ladino, y sabe de todo, y tiene una labia y escribe que da gusto... Cuasi toda la carta venía en latín, no le parezca a usted, y muy buenos consejos que me daba en ella... Que no es posible sino que adivinase lo que nos está sucediendo.

D. DIEGO Pero, señora, si no sucede nada, ni hay cosa que a usted la deba disgustar.

DOÑA IRENE Pues ¿no quiere usted que me disguste oyéndole hablar de mi hija en términos que... ? ¡Ella otros amores ni otros cuidados!... Pues si tal hubiera...¡Válgame Dios!…, la mataba a golpes, mire usted... Respóndele, una vez que quiere que hables, y que yo no chiste. Cuéntale los novios que dejaste en Madrid cuando tenías doce años, y los que has adquirido en el convento al lado de aquella santa mujer. Díselo para que se tranquilice, y...

D. DIEGO Yo, señora, estoy más tranquilo que usted.

DOÑA IRENE Respóndele.

DOÑA FRANCISCA Yo no sé qué decir. Si ustedes se enfadan.

D. DIEGO No, hija mía; esto es dar alguna expresión a lo que se dice; pero enfadarnos no, por cierto. Doña Irene sabe lo que yo la estimo.

DOÑA IRENE Sí, señor, que lo sé, y estoy sumamente agradecida a los favores que usted nos hace... Por eso mismo...

D. DIEGO No se hable de agradecimiento; cuanto yo puedo hacer, todo es poco... Quiero sólo que Doña Paquita esté contenta.

DOÑA IRENE ¿Pues no ha de estarlo? Responde.

DOÑA FRANCISCA Sí, señor, que lo estoy.

D. DIEGO Y que la mudanza de estado que se la previene no la cueste el menor sentimiento.

DOÑA IRENE No, señor, todo al contrario... Boda más a gusto de todos no se pudiera imaginar.

D. DIEGO En esa inteligencia puedo asegurarla que no tendrá motivos de arrepentirse después. En nuestra compañía vivirá querida y adorada, y espero que a fuerza de beneficios he de merecer su estimación y su amistad.

DOÑA FRANCISCA Gracias, señor don Diego... ¡A una huérfana, pobre, desvalida como yo!...

D. DIEGO Pero de prendas tan estimables que la hacen a usted digna todavía de mayor fortuna.

DOÑA IRENE Ven aquí, ven... Ven aquí, Paquita.

DOÑA FRANCISCA ¡Mamá! (Levántase, abraza a su madre y se acarician mutuamente.)

DOÑA IRENE ¿Ves lo que te quiero?

DOÑA FRANCISCA Sí, señora.

DOÑA IRENE ¿Y cuánto procuro tu bien, que no tengo otro pío sino el de verte colocada antes que yo falte?

DOÑA FRANCISCA Bien lo conozco.

DOÑA IRENE ¡Hija de mi vida! ¿Has de ser buena?

DOÑA FRANCISCA Sí, señora.

DOÑA IRENE ¡Ay, que no sabes tú lo que te quiere tu madre!

DOÑA FRANCISCA Pues ¿qué? ¿No la quiero yo a usted?

D. DIEGO Vamos, vamos de aquí. (Levántase D. Diego, y después Doña Irene.) No venga alguno y nos halle a los tres llorando como tres chiquillos.

DOÑA IRENE Sí, dice usted bien.

(Vanse los dos al cuarto de Doña Irene. DOÑA FRANCISCA va detrás, y RITA, que sale por la puerta del foro, la hace detener.)

ESCENA VI RITA, DOÑA FRANCISCA

RITA Señorita... ¡Eh! chit..., señorita...

DOÑA FRANCISCA ¿Qué quieres?

RITA Ya ha venido.

DOÑA FRANCISCA ¿Cómo?

RITA Ahora mismo acaba de llegar. Le he dado un abrazo con licencia de usted, y ya sube por la escalera.

DOÑA FRANCISCA ¡Ay, Dios!... ¿Y qué debo hacer?

RITA ¡Donosa pregunta!... Vaya, lo que importa es no gastar el tiempo en melindres de amor... Al asunto... y juicio... Y mire usted que en el paraje en que estamos la conversación no puede ser muy larga... ahí está.

DOÑA FRANCISCA Sí... Él es.

RITA Voy a cuidar de aquella gente... Valor, señorita, y resolución. (Rita se entra en el cuarto de Doña Irene.)

DOÑA FRANCISCA No, no; que yo también... Pero no lo merece.

ESCENA VII D. CARLOS, DOÑA FRANCISCA

(Sale D. CARLOS por la puerta del foro)

D. CARLOS ¡Paquita!... ¡Vida mía! Ya estoy aquí... ¿Cómo va, hermosa; cómo va?

DOÑA FRANCISCA Bien venido.

D. CARLOS ¿Cómo tan triste?... ¿No merece mi llegada más alegría?

DOÑA FRANCISCA Es verdad; pero acaban de sucederme cosas que me tienen fuera de mí... Sabe usted... Sí, bien lo sabe usted... Después de escrita aquella carta, fueron por mí... Mañana a Madrid... Ahí está mi madre.

D. CARLOS ¿En dónde?

DOÑA FRANCISCA Ahí, en ese cuarto. (Señalando al cuarto de Dª Irene.)

D. CARLOS ¿Sola?

DOÑA FRANCISCA No, señor.

D. CARLOS Estará en compañía del prometido esposo. (Se acerca al cuarto de Doña Irene, se detiene y vuelve.) Mejor... Pero ¿no hay nadie más con ella?

DOÑA FRANCISCA Nadie más, solos están... ¿Qué piensa usted hacer?

D. CARLOS Si me dejase llevar de mi pasión y de lo que esos ojos me inspiran, una temeridad... Pero tiempo hay... Él también será hombre de honor, y no es justo insultarle porque quiere bien a una mujer tan digna de ser querida... Yo no conozco a su madre de usted ni... Vamos, ahora nada se puede hacer... Su decoro de usted merece la primera atención.

DOÑA FRANCISCA Es mucho el empeño que tiene en que me case con él.

D. CARLOS No importa.

DOÑA FRANCISCA Quiere que esta boda se celebre así que lleguemos a Madrid.

D. CARLOS ¿Cuál?... No. Eso no.

DOÑA FRANCISCA Los dos están de acuerdo, y dicen...

D. CARLOS Bien. Dirán... Pero no puede ser.

DOÑA FRANCISCA Mi madre no me habla continuamente de otra materia. Me amenaza, me ha llenado de temor... El insta por su parte, me ofrece tantas cosas, me...

D. CARLOS Y usted, ¿qué esperanza le da?... ¿Ha prometido quererle mucho?

DOÑA FRANCISCA ¡Ingrato!... ¿Pues no sabe usted que... ? ¡Ingrato!

D. CARLOS Sí; no lo ignoro, Paquita... Yo he sido el primer amor.

DOÑA FRANCISCA Y el último.

D. CARLOS Y antes perderé la vida que renunciar al lugar que tengo en ese corazón... Todo él es mío... ¿Digo bien? (Asiéndola de las manos.)

DOÑA FRANCISCA ¿Pues de quién ha de ser?

D. CARLOS ¡Hermosa! ¡Qué dulce esperanza me anima!... Una sola palabra de esa boca me asegura... Para todo me da valor... En fin, ya estoy aquí... ¿Usted me llama para que la defienda, la libre, la cumpla una obligación mil y mil veces prometida? Pues a eso mismo vengo yo... Si ustedes se van a Madrid mañana, yo voy también. Su madre de usted sabrá quién soy... Allí puedo contar con el favor de un anciano respetable y virtuoso, a quien más que tío debo llamar amigo y padre. No tiene otro deudo más inmediato ni más querido que yo; es hombre muy rico, y si los dones de la fortuna tuviesen para usted algún atractivo, esta circunstancia añadiría felicidades a nuestra unión.

DOÑA FRANCISCA ¿Y qué vale para mí toda la riqueza del mundo?

D. CARLOS Ya lo sé. La ambición no puede agitar a un alma tan inocente.

DOÑA FRANCISCA Querer y ser querida... No apetezco más ni conozco mayor fortuna.

D. CARLOS Ni hay otra... Pero usted debe serenarse, y esperar que la suerte mide nuestra aflicción presente en durables dichas.

DOÑA FRANCISCA ¿Y qué se ha de hacer para que a mi pobre madre no le cueste una pesadumbre?... ¡Me quiere tanto!... Si acabo de decirla que no la disgustaré, ni me apartaré de su lado jamás; que siempre seré obediente y buena,. ¡Y me abrazaba con tanta ternura! Quedó tan consolada con lo poco que acerté a decirla... Yo no sé, no sé qué camino ha de hallar usted para salir de estos ahogos.

D. CARLOS Yo le buscaré... ¿No tiene usted confianza en mí?

DOÑA FRANCISCA ¿Pues no he de tenerla? ¿Piensa usted que estuviera yo viva si esa esperanza no me animase? Sola y desconocida de todo el mundo, ¿qué había yo de hacer? Si usted no hubiese venido, mis melancolías me hubieran muerto, sin tener a quién volver los ojos, ni poder comunicar a nadie la causa de ellas... Pero usted ha sabido proceder como caballero y amante, y acaba de darme con su venida la prueba de lo mucho que me quiere. (Se enternece y llora.)

D. CARLOS ¡Qué llanto!...¡Cómo persuade!... Sí, Paquita, yo sólo basto para defenderla a usted de cuantos quieran oprimirla. A un amante favorecido, ¿quién puede oponérsele? Nada hay que temer.

DOÑA FRANCISCA ¿Es posible?

D. CARLOS Nada... Amor ha unido nuestras almas en estrechos nudos, y sólo la muerte bastará a dividirlas.

ESCENA VIII RITA, D. CARLOS, DOÑA FRANCISCA

RITA Señorita, adentro. La mamá pregunta por usted. Voy a traerla cena, y se van a recoger al instante... Y usted, señor galán, ya puede también disponer de su persona.

D. CARLOS Sí, que no conviene anticipar sospechas... Nada tengo que añadir.

DOÑA FRANCISCA Ni yo.

D. CARLOS Hasta mañana. Con la luz del día veremos a este dichoso competidor.

RITA Un caballero muy honrado, muy rico, muy prudente; con su chupa larga, su camisola limpia y sus sesenta años debajo del peluquín. (Se va por la puerta del foro)

DOÑA FRANCISCA Hasta mañana.

D. CARLOS Adiós. Paquita.

DOÑA FRANCISCA Acuéstese usted y descanse.

D. CARLOS ¿Descansar con celos?

DOÑA FRANCISCA ¿De quién?

D. CARLOS Buenas noches... Duerma usted bien, Paquita,

DOÑA FRANCISCA ¿Dormir con amor?

D. CARLOS Adiós, vida mía.

DOÑA FRANCISCA Adiós. (Éntrase al cuarto de Doña Irene)

ESCENA IX D. CARLOS, CALAMOCHA, RITA

D. CARLOS ¡Quitármela! (Paseándose inquieto.) No... sea quien fuere, no me la quitará. Ni su madre ha de ser tan imprudente que se obstine en verificar ese matrimonio repugnándolo su hija..., mediando yo... ¡Sesenta años!... Precisamente será muy rico...¡El dinero!... Maldito él sea, que tantos desórdenes origina.

CALAMOCHA Pues, señor (sale por la puerta del foro), tenemos un medio cabrito asado, y... a lo menos parece cabrito. Tenemos una magnífica ensalada de berros, sin anapelos ni otra materia extraña, bien lavada, escurrida y condimentada por estas manos pecadoras, que no hay más que pedir. Pan de Meco, vino de la Tercia... Conque si hemos de cenar y dormir, me parece que sería bueno...

D. CARLOS Vamos... ¿Y adónde ha de ser?

CALAMOCHA Abajo... Allí he mandado disponer una angosta y fementida mesa, que parece un banco de herrador.

RITA ¿Quién quiere sopas? (Sale por la puerta del foro con unos platos, taza cuchara y servilleta.)

D. CARLOS Buen provecho.

CALAMOCHA Si hay alguna real moza que guste de cenar cabrito, levante el dedo.

RITA La real moza se ha comido ya media cazuela de albondiguillas... Pero lo agradece, señor militar. (Éntrase al cuarto de Doña Irene.)

CALAMOCHA Agradecida te quiero yo, niña de mis ojos.

D. CARLOS Conque ¿vamos?

CALAMOCHA ¡Ay, ay, ay!... (Calamocha se encamina a la puerta del foro, y vuelve; hablan él y D. Carlos,, con reservas, hasta que Calamocha se adelanta a saludar a Simón.) ¡Eh! Chit, digo...

D. CARLOS ¿Qué?

CALAMOCHA ¿No ve usted lo que viene por allí?

D. CARLOS ¿Es Simón?

CALAMOCHA El mismo... Pero ¿quién diablos le... ?

D. CARLOS ¿Y qué haremos?

CALAMOCHA ¿Qué sé yo?... Sonsacarle, mentir y... ¿Me da usted licencia para que...?

D. CARLOS Si; miente lo que quieras... ¿A qué habrá venido este hombre?

ESCENA X SIMÓN, D. CARLOS, CALAMOCHA

(SIMÓN sale por la puerta del foro)

CALAMOCHA SIMÓN, ¿tú por aquí?

SIMÓN Adiós, Calamocha. ¿Cómo va?

CALAMOCHA Lindamente.

SIMÓN ¡Cuánto me alegro de... !

D. CARLOS ¡Hombre! ¿Tú en Alcalá? ¿Pues qué novedad es ésta?

SIMÓN ¡Oh, que estaba usted ahí, señorito!...¡Voto va sanes!

D. CARLOS ¿Y mi tío?

SIMÓN Tan bueno.

CALAMOCHA ¿Pero se ha quedado en Madrid, o...?

SIMÓN ¿Quién me había de decir a mí... ? ¡Cosa como ella! Tan ajeno estaba yo ahora de... Y usted, de cada vez más guapo... ¿Conque usted irá a ver al tío, eh?

CALAMOCHA Tú habrás venido con algún encargo del amo.

SIMÓN ¡Y qué calor traje, y qué polvo por ese camino! ¡Ya, ya!

CALAMOCHA Alguna cobranza tal vez, ¿eh?

D. CARLOS Puede ser. Como tiene mi tío ese poco de hacienda en Ajalvir... ¿No has venido a eso?

SIMÓN ¡Y qué buena maula le ha salido el tal administrador! Labriego más marrullero y más bellaco no le hay en toda la campiña... ¿Conque usted viene ahora de Zaragoza?

D. CARLOS Pues... Figúrate tú.

SIMÓN ¿O va usted allá?

D. CARLOS ¿Adónde?

SIMÓN A Zaragoza. ¿No está allí el regimiento?

CALAMOCHA Pero, hombre, si salirnos el verano pasado de Madrid, ¿no habíamos de haber andado más de cuatro leguas?

SIMÓN ¿Qué sé yo? Algunos van por la posta, y tardan más de cuatro meses en llegar... Debe de ser un camino muy malo.

CALAMOCHA (Aparte, separándose de Simón: ¡Maldito seas tú y tu camino, y la bribona que te dio papilla!)

D. CARLOS Pero aún no me has dicho si mí tío está en Madrid o en Alcalá, ni a qué has venido, ni...

SIMÓN Bien, a eso voy... Sí señor, voy a decir a usted... Conque... Pues el amo me dijo...

ESCENA XI D. DIEGO, D. CARLOS, SIMÓN, CALAMOCHA

D. DIEGO No (desde adentro.), no es menester; si hay luz aquí. Buenas noches, Rita.

(D. CARLOS se turba y se aparta a un extremo del teatro)

D. CARLOS ¡Mi tío!...

D. DIEGO ¡SIMÓN! (Sale del cuarto de Dª Irene, encaminándose al suyo; repara en D. CARLOS y se acerca a él. Simón le alumbra y vuelve a dejar la luz sobre la mesa)

SIMÓN Aquí estoy, señor.

D. CARLOS (Aparte) ¡Todo se ha perdido!

D. DIEGO Vamos... Pero... ¿quién es?

SIMÓN Un amigo de usted, señor.

D. CARLOS (Aparte) ¡Yo estoy muerto!

D. DIEGO ¿Cómo un amigo?... ¿Qué?... Acerca esa luz.

D. CARLOS Tío. (En ademán de besar la mano a D. Diego, que le aparta de sí con enojo)

D. DIEGO Quítate de ahí.

D. CARLOS Señor.

D. DIEGO Quítate... No sé cómo no le... ¿Qué haces aquí?

D. CARLOS Si usted se altera y...

D. DIEGO ¿Qué haces aquí?

D. CARLOS Mi desgracia me ha traído.

D. DIEGO ¡Siempre dándome que sentir, siempre! Pero... (Acercándose a D. Carlos.) ¿Qué dices? ¿De veras ha ocurrido, alguna desgracia? Vamos... ¿Qué te sucede?... ¿Por qué estás aquí?

CALAMOCHA Porque le tiene a usted ley, y Le quiere bien, y...

D. DIEGO A ti no te pregunto nada... ¿Por qué has venido de Zaragoza sin que yo lo sepa?... ¿Por qué te asusta el verme?... Algo has hecho: sí, alguna locura has hecho que le habrá de costar la vida a tu pobre tío.

D. CARLOS No, señor; que nunca olvidaré las máximas de honor y prudencia que usted me ha inspirado tantas veces.

D. DIEGO Pues ¿a qué viniste? ¿Es desafío? ¿Son deudas? ¿Es algún disgusto con tus jefes?... Sácame de esta inquietud, Carlos... Hijo mío, sácame de este afán.

CALAMOCHA Si todo ello no es más que...

D. DIEGO Ya he dicho que calles... Ven acá. (Tomándole de la mano se aparta con él a un extremo del teatro, y le habla en voz baja.) Dime qué ha sido.

D. CARLOS Una ligereza, una falta de sumisión a usted... Venir a Madrid sin pedirle licencia primero... Bien arrepentido estoy, considerando la pesadumbre que le he dado al verme.

D. DIEGO ¿Y qué otra cosa hay?

D. CARLOS Nada más, señor.

D. DIEGO Pues ¿qué desgracia era aquella de que me hablaste?

D. CARLOS Ninguna. La de hallarle a usted en este paraje... y haberle disgustado tanto, cuando yo esperaba sorprenderle en Madrid, estar en su compañía algunas semanas y volverme contento de haberle visto.

D. DIEGO ¿No hay más?

D. CARLOS No, señor.

D. DIEGO Míralo bien.

D. CARLOS No, señor... A eso venía. No hay nada más.

D. DIEGO Pero no me digas tú a mí... Si es imposible que estas escapadas se... No, señor... ¿Ni quién ha de permitir que un oficial se vaya cuando se le antoje, y abandone de ese modo sus banderas?... Pues si tales ejemplos se repitieran mucho, adiós disciplina militar... Eso no puede ser.

D. CARLOS Considere usted, tío, que estamos en tiempo de paz; que en Zaragoza no es necesario un servicio tan exacto como en otras plazas, en que no se permite descanso a la guarnición... Y en fin, puede usted creer que este viaje supone la aprobación y la licencia de mis superiores, que yo también miro por mi estimación, y que cuando me he venido, estoy seguro de que no hago falta.

D. DIEGO Un oficial siempre hace falta a sus soldados. El rey le tiene allí para que los instruya, los proteja y les dé ejemplo de subordinación, de valor, de virtud.

D. CARLOS Bien está; pero ya he dicho los motivos...

D. DIEGO Todos esos motivos no valen nada... ¡Porque le dio la gana de ver al tío!... Lo que quiere su tío de usted no es verle cada ocho días, sino saber que es hombre de juicio, y que cumple con sus obligaciones. Eso es lo que quiere... Pero (alza la voz y se pasea con inquietud) yo tomaré mis medidas para que estas locuras no se repitan otra vez... Lo que usted ha de hacer ahora es marcharse inmediatamente.

D. CARLOS Señor, si...

D. DIEGO No hay remedio... Y ha de ser al instante. Usted no ha de dormir aquí.

CALAMOCHA Es que los caballos no están ahora para correr... ni pueden moverse.

D. DIEGO Pues con ellos (a Calamocha) y con las maletas al mesón de afuera. Usted (a D. Carlos) no ha de dormir aquí... Vamos (a Calamocha) tú, buena pieza, menéate. Abajo con todo. Pagar el gasto que se haya hecho, sacar los caballos y marchar... Ayúdale tú... (A Simón.) ¿Qué dinero tienes ahí?

SIMÓN Tendré unas cuatro o seis onzas. (Saca de un bolsillo algunas monedas y se las da a D. Diego)

D. DIEGO Dámelas acá... Vamos, ¿qué haces? (A Calamocha.) ¿No he dicho que ha de ser al instante?... Volando. Y tú (A Simón) ve con él, ayúdale, y no te me apartes de allí hasta que se hayan ido. (Los dos criados entran en el cuarto de D. Carlos)

ESCENA XII D. DIEGO, D. CARLOS

D. DIEGO Tome usted. (Le da el dinero.) Con eso hay bastante para el. camino... Vamos, que cuando yo lo dispongo así, bien sé lo que me hago... ¿No conoces que es todo por tu bien, y que ha sido un desatino lo que acabas de hacer?... Y no hay que afligirse por eso, ni creas que es falta de cariño... Ya sabes lo que te he querido siempre; y en obrando tú según corresponde, seré tu amigo como lo he sido hasta aquí.

D. CARLOS Ya lo sé.

D. DIEGO Pues bien; ahora obedece lo que te mando.

D. CARLOS Lo haré sin falta.

D. DIEGO Al mesón de afuera. (A los criados, que salen con los trastos del cuarto de D. Carlos, y se van por la puerta del foro.) Allí puedes dormir, mientras los caballos comen y descansan... Y no me vuelvas aquí por ningún pretexto ni entres en la ciudad... ¡Cuidado! Y a eso de las tres o las cuatro, marchar. Mira que he de saber a la hora que sales. ¿Lo entiendes?

D. CARLOS Sí, señor.

D. DIEGO Mira que lo has de hacer.

D. CARLOS Sí, señor; haré lo que usted manda.

D. DIEGO Muy bien... Adiós... Todo te lo perdono... Vete con Dios... Y yo sabré también cuándo llegas a Zaragoza; no te parezca que estoy ignorante de lo que hiciste la vez pasada.

D. CARLOS ¿Pues qué hice yo?

D. DIEGO Si te digo que lo sé, y que te lo perdono, ¿qué más quieres? No es tiempo ahora de tratar de eso. Vete.

D. CARLOS Quede usted con Dios. (Hace que se va, y vuelve)

D. DIEGO ¿Sin besar la mano a su tío, eh?

D. CARLOS No me atreví. (Besa la mano a D.Diego y se abrazan)

D. DIEGO Y dame un abrazo, por si no nos volvemos a ver.

D. CARLOS ¿Qué dice usted? ¡No lo permita Dios!

D. DIEGO ¡Quién sabe, hijo mío! ¿Tienes algunas deudas? ¿Te falta algo?

D. CARLOS No, señor; ahora, no.

D. DIEGO Mucho es, porque tú siempre tiras por largo... Como cuentas con la bolsa del tío... Pues bien; yo escribiré al señor Aznar para que te dé cien doblones de orden mía. Y mira cómo lo gastas... ¿Juegas?

D. CARLOS No, señor; en mi vida.

D. DIEGO Cuidado con eso... Conque, buen viaje. Y no te acalores: jornadas regulares y nada más... ¿Vas contento?

D. CARLOS No, señor. Porque usted me quiere mucho, me llena de beneficios, y yo le pago mal.

D. DIEGO No se hable ya de lo pasado... Adiós.

D. CARLOS ¿Queda usted enojado conmigo?

D. DIEGO No, por cierto... Me disgusté bastante, pero ya se acabó... No me des que sentir. (Poniéndole ambas manos sobre los hombros.) Portarse como hombre de bien.

D. CARLOS No lo dude usted.

D. DIEGO Como oficial de honor.

D. CARLOS Así lo prometo.

D. DIEGO Adiós, Carlos. (Abrázanse.)

D. CARLOS (Aparte, al irse por la puerta del foro.) ¡Y la dejo!... ¡Y la pierdo para siempre!

ESCENA XIII

D. DIEGO Demasiado bien se ha compuesto... Luego lo sabrá enhorabuena... Pero no es lo mismo escribírselo que... Después de hecho, no importa nada. ¡Pero siempre aquel respeto al tío!.. Como una malva es. (Se enjuga las lágrimas, toma una luz y se va a su cuarto. Queda obscura la escena por un breve espacio)

ESCENA XIV DOÑA FRANCISCA, RITA

(Salen del cuarto de doña Irene. Rita sacará una luz y la pone sobre la mesa)

RITA Mucho silencio hay por aquí.

DOÑA FRANCISCA Se habrán recogido ya..., Estarán rendidos,

RITA Precisamente.

DOÑA FRANCISCA ¡Un camino tan largo!

RITA ¡A lo que obliga el amor, señorita!

DOÑA FRANCISCA Sí; bien puedes decirlo: amor... Y yo ¿qué no hiciera por él?

RITA Y deje usted, que no ha de ser éste el último milagro. Cuando lleguemos a Madrid, entonces será ella... El pobre D. Diego ¡qué chasco se va a llevar! Y por otra parte, vea usted qué señor tan bueno, que cierto da lástima...

DOÑA FRANCISCA Pues en eso consiste todo. Si él fuese un hombre despreciable, ni mi madre hubiera admitido su pretensión, ni yo tendría que disimular mi repugnancia. Pero ya es otro tiempo, Rita. D. Félix ha venido, y ya no temo a nadie. Estando mi fortuna en su mano, me considero la más dichosa de las mujeres.

RITA ¡Ay! Ahora que me acuerdo... Pues poquito me lo encargó... Ya se ve, si con estos amores tengo yo también la cabeza... Voy por él. (Encaminándose al cuarto de D. Irene.)

DOÑA FRANCISCA ¿A qué vas?

RITA El tordo, que ya se me olvidaba sacarle de allí.

DOÑA FRANCISCA Sí, tráele, no empiece a rezar como anoche... Allí quedó junto a la ventana... Y ve con cuidado, no despierte mamá.

RITA Sí; mire usted el estrépito de caballerías que anda por allá abajo... Hasta que lleguemos a nuestra calle del Lobo, número siete, cuarto segundo, no hay que pensar en dormir... Y ese maldito portón, que rechina, que...

DOÑA FRANCISCA Te puedes llevar la luz.

RITA No es menester, que ya sé dónde está. (Vase al cuarto de Dª Irene.)

ESCENA XV SIMÓN, DOÑA FRANCISCA

(Sale por la puerta del foro SIMÓN)

DOÑA FRANCISCA Yo pensé que estaban ustedes acostados.

SIMÓN El amo ya habrá hecho esa diligencia; pero yo todavía no sé en dónde he de tender el rancho... Y buen sueño que tengo.

DOÑA FRANCISCA ¿Qué gente nueva ha llegado ahora?

SIMÓN Nadie. Son unos que estaban ahí, y se han ido.

DOÑA FRANCISCA ¿Los arrieros?

SIMÓN No, señora. Un oficial y un criado suyo, que parece que se van a Zaragoza.

DOÑA FRANCISCA ¿Quiénes dice usted que son?

SIMÓN Un teniente coronel y su asistente.

DOÑA FRANCISCA ¿Y estaban aquí?

SIMÓN Sí, señora; ahí en ese cuarto.

DOÑA FRANCISCA No los he visto.

SIMÓN Parece que llegaron esta tarde y... A la cuenta habrán despachado ya la comisión que traían... Conque se han ido... Buenas noches, señorita. (Vase al cuarto de D. Diego.

ESCENA XVI RITA, DOÑA FRANCISCA

DOÑA FRANCISCA ¡Dios mío de mi alma! ¿Qué es esto?... No puedo sostenerme... ¡Desdichada! (Siéntase en una silla junto a la mesa.)

RITA Señorita, yo vengo muerta. (Saca la jaula del tordo y la deja encima de la mesa; abre la puerta del cuarto de D. Carlos, y vuelve.)

DOÑA FRANCISCA ¡Ay, que es cierto!... ¿Tú lo sabes también?

RITA Deje usted, que todavía no creo lo que he visto... Aquí no hay nadie..., ni maletas, ni ropa, ni... Pero ¿cómo podía engañarme? Si yo misma los he visto salir.

DOÑA FRANCISCA ¿Y eran ellos?

RITA Sí, señora. Los dos.

DOÑA FRANCISCA Pero ¿se han ido fuera de la ciudad?

RITA Si no los he perdido de vista hasta que salieron por la Puerta de Mártires..., Como está un paso de aquí.

DOÑA FRANCISCA ¿Y es ése el camino de Aragón?

RITA Ese es.

DOÑA FRANCISCA ¡Indigno!... ¡Hombre indigno!

RITA Señorita

DOÑA FRANCISCA ¿En qué te ha ofendido esta infeliz?

RITA Yo estoy temblando toda... Pero... Si es incomprensible... Si no alcanzo a descubrir qué motivos ha podido haber para esta novedad.

DOÑA FRANCISCA ¿Pues no le quise más que a mi vida?... ¿No me ha visto loca de amor?

RITA No sé qué decir al considerar una acción tan infame.

DOÑA FRANCISCA ¿Qué has de decir? Que no me ha querido nunca, ni es hombre de bien... ¿Y vino para esto? ¡Para engañarme, para abandonarme así! (Levántase y Rita la sostiene.)

RITA Pensar que su venida fue con otro designio, no me parece natural... Celos... ¿Por qué ha de tener celos?... Y aun eso mismo debiera enamorarle más... Él no es cobarde, y no hay que decir que habrá tenido miedo de su competidor.

DOÑA FRANCISCA Te cansas en vano... Di que es un pérfido, di que es un monstruo de crueldad, y todo lo has dicho.

RITA Vamos de aquí, que puede venir alguien y...

DOÑA FRANCISCA Sí, vámonos... Vamos a llorar...¡Y en qué situación me deja!... Pero ¿ves qué malvado?

RITA Sí, señora; ya lo conozco.

DOÑA FRANCISCA ¡Qué bien supo fingir!... ¿Y con quién? Conmigo... ¿Pues yo merecí ser engañada tan alevosamente?... ¿Mereció mi cariño este galardón?... ¡Dios de mi vida! ¿Cuál es mi delito, cuál es? (Rita coge la luz y se van entrambas al cuarto de Dª Francisca.)

ACTO III

ESCENA PRIMERA D. DIEGO, SIMÓN

(Teatro obscuro. Sobre la mesa habrá un candelero con vela apagada y la jaula del tordo. Simón duerme tendido en el banco)

D. DIEGO (Sale de su cuarto poniéndose la bata) Aquí, a lo menos, ya que no duerma no me derretiré... Vaya, si alcoba como ella no se... ¡Cómo ronca éste!... Guardémosle el sueño hasta que venga el día, que ya poco puede tardar... (Simón despierta y se levanta.) ¿Qué es eso? Mira no te caigas, hombre.

SIMÓN Qué, ¿estaba usted ahí, señor?

D. DIEGO Sí, aquí me he salido, porque allí no se puede parar.

SIMÓN Pues yo, a Dios gracias, aunque la cama es algo dura, he dormido como un emperador.

D. DIEGO ¡Mala comparación!... Di que has dormido como un pobre hombre, que no tiene ni dinero, ni ambición, ni pesadumbres, ni remordimientos.

SIMÓN En efecto, dice usted bien... ¿Y qué hora será ya?

D. DIEGO Poco ha que sonó el reloj de S. Justo, y si no conté mal, dio las tres.

SIMÓN ¡Oh!, pues ya nuestros caballeros irán por ese camino adelante echando chispas.

D. DIEGO Sí, ya es regular que hayan salido... Me lo prometió, y espero que lo hará.

SIMÓN ¡Pero si usted viera qué apesadumbrado le dejé! ¡Qué triste!

D. DIEGO Ha sido preciso.

SIMÓN Ya lo conozco.

D. DIEGO ¿No ves qué venida tan intempestiva?

SIMÓN Es verdad. Sin permiso de usted, sin avisarle, sin haber un motivo urgente... Vamos, hizo muy mal... Bien que por otra parte él tiene prendas suficientes para que se le perdone esta ligereza... Digo... Me parece que el castigo no pasará adelante, ¿eh?

D. DIEGO ¡No, qué! No señor. Una cosa es que le haya hecho volver... Ya ves en qué circunstancias nos cogía... Te aseguro que cuando se fue me quedó un ansia en el corazón. (Suenan a lo lejos tres palmadas, y poco después se oye que puntean un instrumento.) ¿Qué ha sonado?

SIMÓN No sé... Gente que pasa por la calle. Serán labradores.

D. DIEGO Calla.

SIMÓN Vaya, música tenemos, según parece.

D. DIEGO Sí, como lo hagan bien.

SIMÓN ¿Y quién será el amante infeliz que se viene a puntear a estas horas en ese callejón tan puerco?... Apostaré que son amores con la moza de la posada, que parece un mico.

D. DIEGO Puede ser.

SIMÓN Ya empiezan, oigamos... (Tocan una sonata desde adentro.) Pues dígole a usted que toca muy lindamente el pícaro del barberillo.

D. DIEGO No; no hay barbero que sepa hacer eso, por muy bien que afeite.

SIMÓN ¿Quiere usted que nos asomemos un poco, a ver?...

D. DIEGO No, dejarlos...¡Pobre gente! ¡Quién sabe la importancia que darán ellos a la tal música... No gusto yo de incomodar a nadie. (Salen de su cuarto Dª FRANCISCA y Rita, encaminándose a la ventana. D. Diego y Simón se retiran a un lado, y observan)

SIMÓN Señor!...¡Eh!... Presto, aquí a un ladito.

D. DIEGO ¿Qué quieres?

SIMÓN Que han abierto la puerta de esa alcoba, y huele a faldas que trasciende.

D. DIEGO ¿Sí?... Retirémonos.

ESCENA II DOÑA FRANCISCA, RITA, D. DIEGO, SIMÓN

RITA Con tiento, Señorita.

DOÑA FRANCISCA Siguiendo la pared, ¿no voy bien? (Vuelven a puntear el instrumento)

RITA Sí, señora... Pero vuelven a tocar... Silencio...

DOÑA FRANCISCA No te muevas... Deja... Sepamos primero si es él.

RITA ¿Pues no ha de ser?... La seña no puede mentir.

DOÑA FRANCISCA Calla... Sí, él es...¡Dios mío! (Acércase Rita a la ventana, abre la vidriera y da tres palmadas. Cesa la música.) Ve, responde... Albricias, corazón. Él es.

SIMÓN ¿Ha oído usted?

D. DIEGO Sí.

SIMÓN ¿Qué querrá decir esto?

D. DIEGO Calla.

DOÑA FRANCISCA (Se asoma a la ventana. Rita se queda detrás de ella. Los puntos suspensivos indican las interrupciones más o menos largas.) Yo soy... Y ¿qué había de pensar viendo lo que usted acababa de hacer?... ¿ Qué fuga es ésta ?... Rita (Apartándose de la ventana, y vuelve después a asomarse) amiga, por Dios, ten cuidado, y si oyeres algún rumor, al instante avísame... ¿Para siempre? ¡Triste de mí!... Bien está, tírela usted... Pero yo no acabo de entender... ¡Ay, D. Félix! Nunca le he visto a usted tan tímido... (Tiran desde adentro una carta que cae por la ventana al teatro. D. Francisca la busca, y no hallándola vuelve a asomarse.) No, no la he cogido; pero aquí está sin duda... ¿Y no he de saber yo hasta que llegue el día los motivos que tiene usted para dejarme muriendo?... Sí, yo quiero saberlo de boca de usted. Su Paquita de usted se lo manda... Y ¿cómo le parece a usted que estará el mío?... No me cabe en el pecho... Diga usted. (Simón se adelanta un poco, tropieza con la jaula y la deja caer)

RITA Señorita, vamos de aquí... Presto, que hay gente.

DOÑA FRANCISCA ¡Infeliz de mí!... Guíame.

RITA Vamos. (Al retirarse tropieza con Simón. Las dos se van al cuarto de D. Francisca.) ¡Ay!

DOÑA FRANCISCA ¡Muerta voy!

ESCENA III D. DIEGO, SIMÓN

D. DIEGO ¿Qué grito fue ése?

SIMÓN Una de las fantasmas, que al retirarse tropezó conmigo.

D. DIEGO Acércate a esa ventana, y mira si hallas en el suelo un papel...¡Buenos estamos!

SIMÓN (Tentando por el suelo, cerca de la ventana.) No encuentro nada, señor. ,

D. DIEGO Búscale bien, que por ahí ha de estar.

SIMÓN ¿Le tiraron desde la calle?

D. DIEGO Sí... ¿Qué amante es éste?... ¡Y dieciséis años y criada en un convento! Acabó ya toda mi ilusión.

SIMÓN Aquí está. (Halla la carta, y se la da a D. Diego.)

D. DIEGO Vete abajo, y enciende una luz... En la caballeriza en la cocina... Por ahí habrá algún farol... Y vuelve con ella al instante. (Vase Simón por la puerta del foro)

ESCENA IV

D. DIEGO ¿Ya quién debo culpar? (Apoyándose en el respaldo de una silla.) ¿Es ella la delincuente, o su madre, o sus tías, o yo?... ¿Sobre quién..., sobre quién ha de caer esta cólera, que por más que lo procuro no la sé reprimir?... ¡La naturaleza la hizo tan amable a mis ojos!... ¡Qué esperanzas tan halagüeñas concebí! ¡Qué felicidades me prometía!...¡Celos!... ¿Yo?...¡En qué edad tengo celos!... Vergüenza es... Pero esta inquietud que yo siento, esta indignación, estos deseos de venganza, ¿de qué provienen? ¿Cómo he de llamarlos? Otra vez parece que... (Advirtiendo que suena ruido en la puerta del cuarto de D. Francisca, se retira a un extremo del teatro.) Sí.

ESCENA V RITA, D. DIEGO, SIMÓN

RITA Ya se han ido... (Observa, escucha, asómase después a la ventana y busca la carta por el suelo.)¡Válgame Dios!... El papel estará muy bien escrito, pero el señor D. Félix es un grandísimo picarón...¡Pobrecita de mi alma!... Se muere sin remedio... Nada, ni perros parecen por la calle...¡Ojalá no los hubiéramos conocido! ¿Y este maldito papel?... Pues buena la hiciéramos si no pareciese... ¿Qué dirá?... Mentiras, mentiras y todo mentira.

SIMÓN Ya tenemos luz. (Sale con luz. Rita se sorprende)

RITA ¡Perdida soy!

D. DIEGO (Acercándose.) ¡Rita! ¿Pues tú aquí?

RITA Sí, señor; porque...

D. DIEGO ¿Qué buscas a estas horas?

RITA Buscaba... Yo le diré a usted... Porque oímos un ruido tan grande...

SIMÓN ¿Sí, eh?

RITA Cierto... Un ruido y... y mire usted (Alza la jaula que está en el suelo) era la jaula del tordo... Pues la jaula era, no tiene duda... ¡Válgate Dios! ¿Si habrá muerto?... No, vivo está, vaya... Algún gato habrá sido. Preciso.

SIMÓN Sí, algún gato.

RITA ¡Pobre animal! ¡Y qué asustadillo se conoce que está todavía,!

SIMÓN Y con mucha razón... ¿No te parece, si le hubiera pillado el gato?...

RITA Se le hubiera comido. (Cuelga la jaula de un clavo que habrá en la pared)

SIMÓN Y sin pebre... Ni plumas hubiera dejado.

D. DIEGO Tráeme esa luz.

RITA ¡Ah! Deje usted, encenderemos ésta (Enciende la vela que está sobre la mesa) que ya lo que no se ha dormido...

D. DIEGO Y doña Paquita, ¿duerme?

RITA Sí, señor.

SIMÓN Pues mucho es que con el ruido del tordo...

D. DIEGO Vamos. (Se entra en su cuarto. Simón va con él, llevándose una de las luces)

ESCENA VI DOÑA FRANCISCA, RITA

DOÑA FRANCISCA ¿Ha parecido el papel?

RITA No, señora.

DOÑA FRANCISCA ¿Y estaban aquí los dos cuando tú saliste?

RITA Yo no lo sé. Lo cierto es que el criado sacó una luz, y me hallé de repente, como por máquina, entre él y su amo, sin poder escapar ni saber qué disculpa darles. (Coge la luz y vuelve a buscar la carta, cerca de la ventana)

DOÑA FRANCISCA Ellos eran, sin duda... Aquí estarían cuando yo hablé desde la ventana... ¿Y ese papel?

RITA Yo no lo encuentro, Señorita.

DOÑA FRANCISCA Le tendrán ellos, no te canses... Si es lo único que faltaba a mi desdicha... No le busques. Ellos le tienen.

RITA A lo menos por aquí...

DOÑA FRANCISCA ¡Yo estoy loca! (Siéntase.)

RITA Sin haberse explicado este hombre, ni decir siquiera...

DOÑA FRANCISCA Cuando iba a hacerlo, me avisaste, y fue preciso retirarnos... Pero ¿sabes tú con qué temor me habló, qué agitación mostraba? Me dijo que en aquella carta vería yo los motivos justos que le precisaban a volverse; que la había escrito para dejársela a persona fiel que la pusiera en mis manos, suponiendo que el verme sería imposible. Todo engaños, Rita, de un hombre aleve que prometió lo que no pensaba cumplir... Vino, halló un competidor, y diría: Pues yo ¿para qué he de molestar a nadie ni hacerme ahora defensor de una mujer?... ¡Hay tantas mujeres!... Cásenla... Yo nada pierdo... Primero es mi tranquilidad que la vida de esa infeliz... ¡Dios mío, perdón!... ¡Perdón de haberle querido tanto!

RITA ¡Ay, Señorita! (Mirando hacia el cuarto de D. Diego.) Que parece que salen ya.

DOÑA FRANCISCA No importa, déjame.

RITA Pero si D. Diego la ve a usted de esa manera...

DOÑA FRANCISCA Si todo se ha perdido ya, ¿ qué puedo temer?... ¿Y piensas tú que tengo alientos para levantarme?... Que vengan, nada importa.

ESCENA VII D. DIEGO, SIMÓN, DOÑA FRANCISCA, RITA

SIMÓN Voy enterado, no es menester más.

D. DIEGO Mira, y haz que ensillen inmediatamente al Moro, mientras tú vas allá. Si han salido, vuelves, montas a caballo y en una buena carrera que des, los alcanzas... ¿Los dos aquí, he?... Conque, vete, no se pierda tiempo. (Después de hablar los dos, junto al cuarto de D. Diego, se va Simón por la puerta del foro.)

SIMÓN Voy allá.

D. DIEGO Mucho se madruga, Doña Paquita.

DOÑA FRANCISCA Sí, señor.

D. DIEGO ¿Ha llamado ya Doña Irene?

DOÑA FRANCISCA No, señor... Mejor es que vayas allá, por si ha despertado y se quiere vestir. (Rita se va al cuarto de Dª Irene.)

ESCENA VIII D. DIEGO, DOÑA FRANCISCA

D. DIEGO ¿Usted no habrá dormido bien esta noche?

DOÑA FRANCISCA No, señor. ¿Y usted?

D. DIEGO Tampoco.

DOÑA FRANCISCA Ha hecho demasiado calor.

D. DIEGO ¿Está usted desazonada?

DOÑA FRANCISCA Alguna cosa.

D. DIEGO ¿Qué siente usted? (Siéntase junto a D. Francisca.)

DOÑA FRANCISCA No es nada... Así un poco de... Nada.... no tengo nada.

D. DIEGO Algo será, porque la veo a usted muy abatida, llorosa, inquieta... ¿Qué tiene usted, Paquita? ¿No sabe usted que la quiero tanto?

DOÑA FRANCISCA Sí, señor.

D. DIEGO Pues ¿por qué no hace usted más confianza de mí? ¿Piensa usted que no tendré yo mucho gusto en hallar ocasiones de complacerla?

DOÑA FRANCISCA Ya lo sé.

D. DIEGO ¿Pues cómo, sabiendo que tiene usted un amigo, no desahoga con él su corazón?

DOÑA FRANCISCA Porque eso mismo me obliga a callar.

D. DIEGO Eso quiere decir que tal vez soy yo la causa de su pesadumbre de usted.

DOÑA FRANCISCA No, señor; usted en nada me ha ofendido... No es d usted de quien yo me debo quejar.

D. DIEGO Pues ¿de quién, hija mía?... Venga usted acá... (Acércase más.) Hablemos siquiera una vez sin rodeos disimulación... Dígame usted: ¿no es cierto que usted mira con algo de repugnancia este casamiento que s la propone? ¿Cuánto va que si la dejasen a usted entera libertad para la elección no se casaría conmigo

DOÑA FRANCISCA Ni con otro.

D. DIEGO ¿Será posible que usted no conozca otro más amable que yo, que la quiera bien, y que la corresponda como usted merece?

DOÑA FRANCISCA No, señor; no, señor.

D. DIEGO Mírelo usted bien.

DOÑA FRANCISCA ¿No le digo a usted que no?

D. DIEGO ¿Y he de creer, por dicha, que conserve usted tal inclinación al retiro en que se ha criado, que prefiera austeridad del convento a una vida más... ?

DOÑA FRANCISCA Tampoco; no señor... Nunca he pensado así.

D. DIEGO No tengo empeño de saber más... Pero de todo lo que acabo de oír resulta una gravísima contradicción. Usted no se halla inclinada al estado religioso, según parece. Usted me asegura que no tiene queja ninguna de mí, que está persuadida de lo mucho que la estimo, que no piensa casarse con otro, ni debo recelar que nadie me dispute su mano... Pues ¿qué llanto es ése? ¿De dónde nace esa tristeza profunda, que en tan poco tiempo ha alterado su semblante de usted, en términos que apenas le reconozco? ¿Son éstas las señales de quererme exclusivamente a mí, de casarse gustosa conmigo dentro de pocos días? ¿Se anuncian así la alegría y el amor? (Vase iluminando lentamente la escena, suponiendo que viene la luz del día.)

DOÑA FRANCISCA Y ¿qué motivos le he dado a usted para tales desconfianzas?

D. DIEGO ¿Pues qué? Si yo prescindo de estas consideraciones, si apresuro las diligencias de nuestra unión, si su madre de usted sigue aprobándola y llega el caso de...

DOÑA FRANCISCA Haré lo que mi madre me manda, y me casaré con usted.

D. DIEGO ¿Y después, Paquita?

DOÑA FRANCISCA Después..., y mientras me dure la vida, seré mujer de bien.

D. DIEGO Eso no lo puedo yo dudar... Pero si usted me considera como el que ha de ser hasta la muerte su compañero y su amigo, dígame usted: estos títulos ¿no me dan algún derecho para merecer de usted mayor confianza? ¿No he de lograr que usted me diga la causa de su dolor? Y no para satisfacer una impertinente curiosidad, sino para emplearme todo en su consuelo, en mejorar su suerte, en hacerla dichosa, si mi conato y mis diligencias pudiesen tanto.

DOÑA FRANCISCA ¡Dichas para mí!... Ya se acabaron.

D. DIEGO ¿Por qué?

DOÑA FRANCISCA Nunca diré por qué.

D. DIEGO Pero ¡qué obstinado, qué imprudente silencio!... Cuando usted misma debe presumir que no estoy ignorante de lo que hay.

DOÑA FRANCISCA Si usted lo ignora, señor D. Diego, por Dios no finja que lo sabe; y si en efecto lo sabe usted, no me lo pregunte.

D. DIEGO Bien está. Una vez que no hay nada que decir, que esa aflicción y esas lágrimas son voluntarias, hoy llegaremos a Madrid, y dentro de ocho días será usted mi mujer.

DOÑA FRANCISCA Y daré gusto a mi madre.

D. DIEGO Y vivirá usted infeliz.

DOÑA FRANCISCA Ya lo sé.

D. DIEGO Ve aquí los frutos de la educación. Esto es lo que se llama criar bien a una niña: enseñarla a que desmienta y oculte las pasiones más inocentes con una pérfida disimulación. Las juzgan honestas luego que las ven instruidas en el arte de callar y mentir. Se obstinan en que el temperamento, la edad ni el genio no han de tener influencia alguna en sus inclinaciones, o en que su voluntad ha de torcerse al capricho de quien las gobierna. Todo se las permite, menos la sinceridad. Con tal que no digan lo que sienten, con tal que finjan aborrecer lo que más desean, con tal que se presten a pronunciar, cuando se lo manden, un sí perjuro, sacrílego, origen de tantos escándalos, ya están bien criadas, y se llama excelente educación la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un esclavo.

DOÑA FRANCISCA Es verdad... Todo eso es cierto... Eso exigen de nosotras, eso aprendemos en la escuela que se nos da... Pero el motivo de mi aflicción es mucho más grande.

D. DIEGO Sea cual fuere, hija mía, es menester que usted se anime... Si la ve a usted su madre de esa manera, ¿qué ha de decir?... Mire usted que ya parece que se ha levantado.

DOÑA FRANCISCA ¡Dios mío!

D. DIEGO Sí, Paquita; conviene mucho que usted vuelva un poco sobre sí... No abandonarse tanto... Confianza en Dios... Vamos, que no siempre nuestras desgracias son tan grandes como la imaginación las pinta... ¡Mire usted qué desorden éste! ¡Qué agitación! ¡Qué lágrimas! Vaya, ¿me da usted palabra de presentarse así..., con cierta serenidad y... ? ¿Eh?

DOÑA FRANCISCA Y usted, señor... Bien sabe usted el genio de mi madre. Si usted no me defiende, ¿a quién he de volver los ojos? ¿Quién tendrá compasión de esta desdichada?

D. DIEGO Su buen amigo de usted... Yo... ¿Cómo es posible que yo la abandonase....¡criatura!.... en la situación dolorosa en que la veo? (Asiéndola de las manos.)

DOÑA FRANCISCA ¿De veras?

D. DIEGO Mal conoce usted mi corazón.

DOÑA FRANCISCA Bien le conozco. (Quiere arrodillarse; D. Diego se lo estorba, y ambos se levantan.)

D. DIEGO ¿Qué hace usted, niña?

DOÑA FRANCISCA Yo no sé... ¡Qué poco merece toda esa bondad una mujer tan ingrata para con usted!... No, ingrata no; infeliz... ¡Ay, qué infeliz soy, señor D. Diego!

D. DIEGO Yo bien sé que usted agradece como puede el amor que la tengo... Lo demás todo ha sido.... ¿qué sé yo?..., una equivocación mía, y no otra cosa... Pero usted, ¡inocente!, usted no ha tenido la culpa.

DOÑA FRANCISCA Vamos... ¿No viene usted?

D. DIEGO Ahora no, Paquita. Dentro de un rato iré por allá.

DOÑA FRANCISCA Vaya usted presto. (Encaminándose al cuarto de D. Irene, vuelve y se despide de D. Diego besándole las manos.)

D. DIEGO Sí, presto iré

ESCENA IX SIMÓN, D. DIEGO

SIMÓN Ahí están, señor.

D. DIEGO ¿Qué dices?

SIMÓN Cuando yo salía de la puerta, los vi a lo lejos, que iban ya de camino. Empecé a dar voces y hacer señas con el pañuelo; se detuvieron, y apenas llegué y le dije al señorito lo que usted mandaba, volvió las riendas, y está abajo. Le encargué que no subiera hasta que le avisara yo, por si acaso había gente aquí, y usted no quería que le viesen.

D. DIEGO ¿Y qué dijo cuando le diste el recado?

SIMÓN Ni una sola palabra... Muerto viene... Ya digo, ni una sola palabra... A mí me ha dado compasión el verle así tan...

D. DIEGO No me empieces ya a interceder por él.

SIMÓN ¿Yo, señor?

D. DIEGO Sí, que no te entiendo yo... ¡Compasión!... Es un pícaro.

SIMÓN Como yo no sé lo que ha hecho..

D. DIEGO Es un bribón, que me ha de quitar la vida... Ya te he dicho que no quiero intercesores.

SIMÓN Bien está, señor. (Vase por la puerta del foro. D. Diego se sienta, manifestando inquietud y enojo.)

D. DIEGO Dile que suba.

ESCENA X D. CARLOS, D. DIEGO

D. DIEGO Venga usted acá, señorito; venga usted... ¿En dónde has estado desde que no nos vemos?

D. CARLOS En el mesón de afuera.

D. DIEGO ¿Y no has salido de allí en toda la noche, eh?

D. CARLOS Sí, señor; entré en la ciudad y...

D. DIEGO ¿A qué?... Siéntese usted.

D. CARLOS Tenía precisión de hablar con un sujeto... (Siéntase.)

D. DIEGO ¡Precisión!

D. CARLOS Sí, señor... Le debo muchas atenciones, y no era posible volverme a Zaragoza sin estar primero con él.

D. DIEGO Ya. En habiendo tantas obligaciones de por medio... Pero venirle a ver a las tres de la mañana, me parece mucho desacuerdo... ¿Por qué no le escribiste un papel?... Mira, aquí he de tener... Con este papel que le hubieras enviado en mejor ocasión, no había necesidad de hacerle trasnochar, ni molestar a nadie. (Dándole el papel que tiraron a la ventana. D. Carlos, luego que le reconoce, se le vuelve y se levanta en ademán de irse.)

D. CARLOS Pues si todo lo sabe usted, ¿para qué me llama? ¿Por qué no me permite seguir mi camino, y se evitaría una contestación de la cual ni usted ni yo quedaremos contentos?

D. DIEGO Quiere saber su tío de usted lo que hay en esto, y quiere que usted se lo diga.

D. CARLOS ¿Para qué saber más?

D. DIEGO Porque yo lo quiero y lo mando. ¡Oiga!

D. CARLOS Bien está.

D. DIEGO Siéntate ahí... (Siéntase D. Carlos.) ¿En dónde has conocido a esta niña?... ¿Qué amor es éste? ¿Qué circunstancias han ocurrido?... ¿Qué obligaciones hay entre los dos? ¿Dónde, cuándo la viste?

D. CARLOS Volviéndome a Zaragoza el año pasado, llegué a Guadalajara sin ánimo de detenerme; pero el intendente, en cuya casa de campo nos apeamos, se empeñó en que había de quedarme allí todo aquel día, por ser cumpleaños de su parienta, prometiéndome que al siguiente me dejaría proseguir mi viaje. Entre las gentes convidadas hallé a Doña Paquita, a quien la señora había sacado aquel día de¡ convento para que se esparciese un poco... Yo no sé qué vi en ella, que excitó en mí una inquietud, un deseo constante, irresistible, de mirarla, de oírla, de hallarme a su lado, de hablar con ella, de hacerme agradable a sus ojos... El intendente dijo entre otras cosas..., burlándose..., que yo era muy enamorado, y le ocurrió fingir que me llamaba D. Félix de Toledo. Yo sostuve esa ficción, porque desde luego concebí la idea de permanecer algún tiempo en aquella ciudad, evitando que llegase a noticia de usted... Observé que Doña Paquita me trató con un agrado particular, y cuando por la noche nos separamos, yo quedé lleno de vanidad y de esperanzas, viéndome preferido a todos los concurrentes de aquel día, que fueron muchos. En fin... Pero no quisiera ofender a usted refiriéndole...

D. DIEGO Prosigue.

D. CARLOS Supe que era hija de una señora de Madrid, viuda y pobre, pero de gente muy honrada... Fue necesario fiar de mi amigo los proyectos de amor que me obligaban a quedarme en su compañía; y él, sin aplaudirlos ni desaprobarlos, halló disculpas, las más ingeniosas, para que ninguno de su familia extrañara mi detención. Como su casa de campo está inmediata a la ciudad, fácilmente iba y venía de noche... Logré que Doña Paquita leyese algunas cartas mías; y con las pocas respuestas que de ella tuve, acabé de precipitarme en una pasión que mientras viva me hará infeliz.

D. DIEGO Vaya... Vamos, sigue adelante.

D. CARLOS Mi asistente (que, como usted sabe, es hombre de travesura y conoce el mundo), con mil artificios que a cada paso le ocurrían, facilitó los muchos estorbos que al principio hallábamos... La seña era dar tres palmadas, a las cuales respondían con otras tres desde una ventanilla que daba al corral de las monjas. Hablábamos todas las noches, muy a deshora, con el recato y las precauciones que ya se dejan entender... Siempre fui para ella D. Félix de Toledo, oficial de un regimiento, estimado de mis jefes y hombre de honor... Nunca la dije más, ni la hablé de mis parientes, ni de mis esperanzas, ni la di a entender que casándose conmigo podría aspirar a mejor fortuna; porque ni me convenía nombrarle a usted, ni quise exponerla a que las miras de interés, y no el amor, la inclinasen a favorecerme. De cada vez la hallé más fina, más hermosa, más digna de ser adorada... Cerca de tres meses me detuve allí; pero al fin era necesario separarnos, y una noche funesta me despedí, la dejé rendida a un desmayo mortal, y me fui, ciego de amor, adonde mi obligación me llamaba... Sus cartas consolaron por algún tiempo mi ausencia triste, y en una que recibí pocos días ha, me dijo cómo su madre trataba de casarla, que primero perdería la vida que dar su mano a otro que a mí; me acordaba mis juramentos, me exhortaba a cumplirlos... Monté a caballo, corrí precipitado el camino, llegué` a Guadalajara, no la encontré, vine aquí... Lo demás bien lo sabe usted, no hay para qué decírselo.

D. DIEGO ¿Y qué proyectos eran los tuyos en esta venida?

D. CARLOS Consolarla, jurarla de nuevo un eterno amor, pasar a Madrid, verle a usted, echarme a sus pies, referirle todo lo ocurrido, y pedirle, no riquezas, ni herencias, ni protecciones, ni... eso no... Sólo su consentimiento y su bendición para verificar un enlace tan suspirado, en que ella y yo fundábamos toda nuestra felicidad.

D. DIEGO Pues ya ves, Carlos, que es tiempo de pensar muy de otra manera.

D. CARLOS Sí, señor.

D. DIEGO Si tú la quieres, yo la quiero también. Su madre y toda su familia aplauden este casamiento. Ella.... y sean las que fueren las promesas que a ti te hizo..., ella misma, no ha media hora, me ha dicho que está pronta a obedecer a su madre y darme la mano, así que...

D. CARLOS Pero no el corazón. (Levántase.)

D. DIEGO ¿Qué dices?

D. CARLOS No, eso no... Sería ofenderla... Usted celebrará sus bodas cuando guste; ella se portará siempre como conviene a su honestidad y a su virtud; pero yo he sido el primero, el único objeto de su cariño, lo soy y lo seré... Usted se llamará su marido; pero si alguna o muchas veces la sorprende, y ve sus ojos hermosos inundados en lágrimas, por mí las vierte... No la pregunte usted jamás el motivo de sus melancolías... Yo, yo seré la causa... Los suspiros, que en vano procurará reprimir, serán finezas dirigidas a un amigo ausente.

D. DIEGO ¿Qué temeridad es ésta? (Se levanta con mucho enojo, encaminándose hacia D. Carlos, que se va retirando.)

D. CARLOS Ya se lo dije a usted... Era imposible que yo hablase una palabra sin ofenderle... Pero acabemos esta odiosa conversación... Viva usted feliz, y no me aborrezca, que yo en nada le he querido disgustar... La prueba mayor que yo puedo darle de mi obediencia y mi respeto, es la de salir de aquí inmediatamente... Pero no se me niegue a lo menos el consuelo de saber que usted me perdona.

D. DIEGO ¿Conque, en efecto, te vas?

D. CARLOS Al instante, señor... Y esta ausencia será bien larga.

D. DIEGO ¿Por qué?

D. CARLOS Porque no me conviene verla en mi vida... Si las voces que corren de una próxima guerra se llegaran a verificar... entonces...

D. DIEGO ¿Qué quieres decir? (Asiendo de un brazo a D. Carlos le hace venir más adelante.)

D. CARLOS Nada... Que apetezco la guerra porque soy soldado.

D. DIEGO ¡Carlos!… ¡Qué horror!… ¿Y tienes corazón para decírmelo?

D. CARLOS Alguien viene… (Mirando con inquietud hacia el cuarto de Dª Irene, se desprende de D. Diego y hace que se va por la puerta del foro. D. Diego va detrás de él y quiere detenerle.) Tal vez será ella… Quede usted con Dios.

D. DIEGO ¿Adónde vas?.. No, señor; no has de irte.

D. CARLOS Es preciso… Yo no he de verla… Una sola mirada nuestra pudiera causarle a usted inquietudes crueles.

D. DIEGO Ya he dicho que no ha de ser… Entra en ese cuarto.

D. CARLOS Pero si…

D. DIEGO Haz lo que te mando.

(Éntrase D. CARLOS en el cuarto de D. Diego.)

ESCENA XI DOÑA IRENE, D. DIEGO

DOÑA IRENE Conque, señor D. Diego, ¿es ya la de vámonos?… Buenos días… (Apaga la luz que está sobre la mesa.) ¿Reza usted?

D. DIEGO (Paseándose con inquietud.) Sí, para rezar estoy ahora.

DOÑA IRENE Si usted quiere, ya pueden ir disponiendo el chocolate, y que avisen al mayoral para que enganchen luego que... Pero ¿qué tiene usted, señor?... ¿Hay alguna novedad?

D. DIEGO Sí; no deja de haber novedades.

DOÑA IRENE Pues ¿qué?... Dígalo usted, por Dios...¡Vaya, vaya!... No sabe usted lo asustada que estoy... Cualquiera cosa, así, repentina, me remueve toda y me... Desde el último mal parto que tuve, quedé tan sumamente delicada de los nervios... Y va ya para diez y nueve años, si no son veinte; pero desde entonces, ya digo, cualquiera friolera me trastorna... Ni los baños, ni caldos de culebra, ni la conserva de tamarindos; nada me ha servido; de manera que...

D. DIEGO Vamos, ahora no hablemos de malos partos ni de conservas...Hay otra cosa más importante de que tratar... ¿Qué hacen esas muchachas?

DOÑA IRENE Están recogiendo la ropa y haciendo el cofre para que todo esté a la vela y no haya detención.

D. DIEGO Muy bien. Siéntese usted... Y no hay que asustarse ni alborotarse (Siéntanse los dos) por nada de lo que yo diga; y cuenta, no nos abandone el juicio cuando más lo necesitamos... Su hija de usted está enamorada...

DOÑA IRENE ¿Pues no lo he dicho ya mil veces? Sí señor que lo está; y bastaba que yo lo dijese para que...

D. DIEGO ¡Este vicio maldito de interrumpir a cada paso! Déjeme usted hablar.

DOÑA IRENE Bien, vamos, hable usted.

D. DIEGO Está enamorada; pero no está enamorada de mí.

DOÑA IRENE ¿Qué dice usted?

D. DIEGO Lo que usted oye.

DOÑA IRENE Pero ¿quién le ha contado a usted esos disparates?

D. DIEGO Nadie. Yo lo sé, yo lo he visto, nadie me lo ha contado, y cuando se lo digo a usted, bien seguro estoy de que es verdad... Vaya, ¿qué llanto es ése?

DOÑA IRENE (Llora.) ¡Pobre de mí!

D. DIEGO ¿A qué viene eso?

DOÑA IRENE ¡Porque me ven sola y sin medios, y porque soy una pobre viuda, parece que todos me desprecian y se conjuran contra mí!

D. DIEGO Señora Doña Irene...

DOÑA IRENE Al cabo de mis años y de mis achaques, verme tratada de esta manera, como un estropajo, como una puerca cenicienta, vamos al decir... ¿Quién lo creyera de usted?...¡Válgame Dios!... ¡Si vivieran mis tres difuntos!... Con el último difunto que me viviera, que tenía un genio como una serpiente...

D. DIEGO Mire usted, señora, que se me acaba ya la paciencia.

DOÑA IRENE Que lo mismo era replicarle que se ponía hecho una furia del infierno, y un día del Corpus, yo no sé por qué friolera, hartó de mojicones a un comisario ordenador, y si no hubiera sido por dos padres del Carmen, que se pusieron de por medio, le estrella contra un poste en los portales de Santa Cruz.

D. DIEGO Pero ¿es posible que no ha de atender usted a lo que voy a decirla?

DOÑA IRENE ¡Ay! No, señor; que bien lo sé, que no tengo pelo de tonta, no, señor... Usted ya no quiere a la niña, y busca pretextos para zafarse de la obligación en que está...¡Hija de mi alma y de mi corazón!

D. DIEGO Señora Doña Irene, hágame usted el gusto de oírme, de no replicarme, de no decir despropósitos, y luego que usted sepa lo que hay, llore y gima, y grite y diga cuanto quiera... Pero, entretanto, no me apure usted el sufrimiento, por amor de Dios.

DOÑA IRENE Diga usted lo que le dé la gana.

D. DIEGO Que no volvamos otra vez a llorar y a...

DOÑA IRENE No, señor; ya no lloro. (Enjugándose las lágrimas con un pañuelo.)

D. DIEGO Pues hace ya cosa de un año, poco más o menos, que Doña Paquita tiene otro amante. Se han hablado muchas veces, se han escrito, se han prometido amor, fidelidad, constancia... Y, por último, existe en ambos una pasión tan fina, que las dificultades y la ausencia, lejos de disminuirla, han contribuido eficazmente a hacerla mayor. En este supuesto...

DOÑA IRENE ¿Pero no conoce usted

D. DIEGO Volvemos otra vez a lo mismo... No señora; no es chisme. Repito de nuevo que lo sé.

DOÑA IRENE ¿Qué ha de saber usted, señor, ni qué traza tiene eso de verdad? ¡Conque la hija de mis entrañas, encerrada en un convento, ayunando los siete reviernes, acompañada de aquellas santas religiosas! ¡Ella, que no sabe lo que es mundo, que no ha salido todavía de] cascarón, como quien dice!... Bien se conoce que no sabe usted el genio que tiene Circuncisión... ¡Pues bonita es ella para haber disimulado a su sobrina el menor desliz!

D. DIEGO Aquí no se trata de ningún desliz, señora Doña Irene; se trata de una inclinación honesta, de la cual hasta ahora no habíamos tenido antecedente alguno. Su hija de usted es una niña muy honrada, y no es capaz de deslizarse... Lo que digo es que la madre Circuncisión, y la Soledad, y la Candelaria, y todas las madres, y usted, y yo el primero, nos hemos equivocado solemnemente. La muchacha se quiere casar con otro, y no conmigo... Hemos llegado tarde; usted ha contado muy de ligero con la voluntad de su hija... Vaya, ¿para qué es cansarnos? Lea usted ese papel, y Verá si tengo razón. (Saca el papel de D. Carlos y se le da a Dª Irene. Ella, sin leerle, se levanta muy agitada, se acerca a la puerta de su cuarto y llama. Levántase D. Diego y procura en vano contenerla.)

DOÑA IRENE Yo he de volverme loca!...¡Francisquita!...¡Virgen del Tremedal!... ¡Rita! ¡Francisca!

D. DIEGO Pero ¿a qué es llamarlas?

DOÑA IRENE Sí, señor; que quiero que venga y que se desengañe la pobrecita de quién es usted.

D. DIEGO Lo echó todo a rodar... Esto le sucede a quien se fía de la prudencia de una mujer.

ESCENA XII DOÑA FRANCISCA, RITA, DOÑA IRENE, D. DIEGO

RITA Señora.

DOÑA FRANCISCA ¿Me llamaba usted?

DOÑA IRENE Sí, hija, sí; porque el señor D. Diego nos trata de un modo que ya no se puede aguantar. ¿Qué amores tienes, niña? ¿A quién has dado palabra de matrimonio? ¿Qué enredos son éstos?... Y tú, picarona... Pues tú también lo has de saber... Por fuerza lo sabes...¿Quién ha escrito este papel? ¿Qué dice? (Presentando el papel abierto a D. Francisca.)

RITA (Aparte a D. Francisca.) Su letra es.

DOÑA FRANCISCA ¡Qué maldad!... Señor D. Diego, ¿así cumple usted su palabra?

D. DIEGO Bien sabe Dios que no tengo la culpa... Venga usted aquí. (Tomando de una mano a Dª Francisca, la pone a su lado.) No hay que temer... Y usted, señora, escuche y calle, y no me ponga en términos de hacer un desatino... Deme usted ese papel... (Quitándole el papel.) Paquita, ya se acuerda usted de las tres palmadas de esta noche.

DOÑA FRANCISCA Mientras viva me acordaré.

D. DIEGO Pues éste es el papel que tiraron a la ventana... No hay que asustarse, ya lo he dicho. (Lee.) Bien mío; si no consigo hablar con usted, haré lo posible para que llegue a sus manos esta carta. Apenas me separé de usted, encontré en la posada al que yo llamaba mi enemigo, y al verle no sé cómo no expiré de dolor. Me mandó que saliera inmediatamente de la ciudad, y fue preciso obedecerle. Yo me llamo D. Carlos, no D. Félix. D. Diego es mi tío. Viva usted dichosa, y olvide para siempre a su infeliz amigo.—Carlos de Urbina.

DOÑA IRENE ¿Conque hay eso?

DOÑA FRANCISCA Triste de mí!

DOÑA IRENE ¿Conque es verdad lo que decía el señor, grandísima picarona? Te has de acordar de mí. (Se encamina hacia Dª Francisca, muy colérica, y en ademán de querer maltratarla. Rita y D. Diego lo estorban.)

DOÑA FRANCISCA ¡Madre!... ¡Perdón!

DOÑA IRENE No, señor; que la he de matar.

D. DIEGO ¿Qué locura es ésta?

DOÑA IRENE He de matarla.

ESCENA XIII D. CARLOS, D. DIEGO, DOÑA IRENE, DOÑA FRANCISCA, RITA

(Sale D. Carlos del cuarto precipitadamente; coge de un brazo a D. Francisca, se la lleva hacia el fondo del teatro y se pone delante de ella para defenderla. D. Irene se asusta y se retira.)

D. CARLOS Eso no... Delante de mí nadie ha de ofenderla.

DOÑA FRANCISCA ¡Carlos!

D. CARLOS (A D. Diego.) Disimule usted mi atrevimiento... He visto que la insultaban y no me he sabido contener.

DOÑA IRENE ¿Qué es lo que me sucede, Dios mío? ¿Quién es usted?... ¿Qué acciones son éstas?... ¡Qué escándalo!

D. DIEGO Aquí no hay escándalos... Ése es de quien su hija de usted está enamorada... Separarlos y matarlos viene a ser lo mismo... Carlos... No importa... Abraza a tu mujer.

(Se abrazan D. Carlos y D. Francisca, y después se arrodillan a los pies de D. Diego.)

DOÑA IRENE ¿Conque su sobrino de usted?

D. DIEGO Sí, señora; mi sobrino, que con sus palmadas, y su música, y su papel me ha dado la noche más terrible que he tenido en mi vida... ¿Qué es esto, hijos míos; qué es esto

DOÑA FRANCISCA ¿Conque usted nos perdona y nos hace felices?

D. DIEGO Sí, prendas de mi alma... Sí. (Los hace levantar con expresión de ternura.)

DOÑA IRENE ¿Y es posible que usted se determina a hacer un sacrificio?...

D. DIEGO Yo pude separarlos para siempre y gozar tranquilamente la posesión de esta niña amable, pero mi conciencia no lo sufre...¡Carlos!...¡Paquita! ¡Qué dolorosa impresión me deja en el alma el esfuerzo que acabo de hacer!... Porque, al fin, soy hombre miserable y débil.

D. CARLOS Si nuestro amor (Besándole las manos), si nuestro agradecimiento pueden bastar a consolar a usted en tanta pérdida...

DOÑA IRENE ¡Conque el bueno de D. Carlos! Vaya que...

D. DIEGO Él y su hija de usted estaban locos de amor, mientras que usted y las tías fundaban castillos en el aire, y me llenaban la cabeza de ilusiones, que han desaparecido como un sueño... Esto resulta del abuso de autoridad, de la opresión que la juventud padece, y éstas son las seguridades que dan los padres y los tutores, y esto lo que se debe fiar en el sí de las niñas... Por una casualidad he sabido a tiempo el error en que estaba... ¡Ay de aquellos que lo saben tarde!

DOÑA IRENE En fin, Dios los haga buenos, y que por muchos años se gocen... Venga usted acá, señor; venga usted, que quiero abrazarte. (Abrazando a D. Carlos. Dª Francisca se arrodilla y besa la mano a su madre.) Hija, Francisquita. ¡Vaya! Buena elección has tenido... Cierto que es un mozo muy galán... Morenillo, pero tiene un mirar de ojos muy hechicero.

RITA Sí, dígaselo usted, que no lo ha reparado la niña... Señorita, un millón de besos. (Se besan Dª Francisca y Rita.)

DOÑA FRANCISCA Pero ¿ves qué, alegría tan grande?...¡Y tú, como me quieres tanto!... Siempre, siempre serás mi amiga.

D. DIEGO Paquita hermosa (Abraza a D. Francisca), recibe los primeros abrazos de tu nuevo padre... No temo ya la soledad terrible que amenazaba a mi vejez... Vosotros (asiendo de los manos a Dª Francisca y a D. Carlos) seréis la delicia de mi corazón; y el primer fruto de vuestro amor..., sí, hijos, aquél.... no hay remedio, aquél es para mí. Y cuando le acaricie en mis brazos, podré decir: a mí me debe su existencia este niño inocente; si sus padres viven, si son felices, yo he sido la causa.

D. CARLOS ¡Bendita sea tanta bondad!

D. DIEGO Hijos, bendita sea la de Dios.

FIN

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